Clásicos con personalidad

Siempre es un aliciente poder escuchar a los profesores de nuestras orquestas como solistas, en la primera fila de conciertos como el del viernes, en la temporada de la Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA). La OSPA luce así su materia prima en ciclos que se integran en las líneas maestras de su programación con buen criterio. Esta suele ser una oportunidad también para ampliar el repertorio de la orquesta del que podemos disfrutar, dedicado a varios instrumentos. En esta ocasión, Andreas Weisgerber, clarinetista principal de la OSPA, dio un paso al frente en sendos conciertos en Gijón y Oviedo, que nadie debió perderse. El regreso al podio del director austriaco Benjamin Bayl, muy celebrado, también influyó en el éxito de la velada del Auditorio. Su batuta es ya familiar aquí, en el terreno sinfónico y también operístico. Bayl no suele dejar indiferentes, en interpretaciones dinámicas donde la parte formal encuentra su acomodo con el detalle personal, siempre buscando el equilibrio de la sonoridad orquestal.

El clarinete era para Mozart un instrumento especial, dándole un lugar propio en sus conciertos, danzas, en escenas cumbre de su "Don Giovanni" y otras obras relacionadas con la masonería. El concierto que dedicó Mozart a este instrumento es una piedra angular del repertorio, una obra de madurez en la que veo cierto duelo entre el desasosiego espiritual de un hombre obsesionado ya por la muerte, y una abstracción clásica, quizá relacionada con la producción frenética del joven artista falto de medios terrenales. De este modo, observo un contenido moderno en una obra teñida de un tono grisáceo, donde la suavidad orquestal deja paso al lirismo personal del clarinete solista.

Pienso que ahí radicó la clave de la versión de Bayl con la OSPA. Weisgerber fue el protagonista indiscutible de una interpretación de quilates, si recuerdo sobre todo los dos primeros movimientos del concierto. El solista sacó todo el jugo al fraseo de su clarinete para modular el sonido con gran naturalidad. El famoso "Adagio" mostró toda la fuerza y profundidad interpretativa del clarinetista, con dominio de registros y contrastes delicados de intensidad, para dibujar refinados perfiles. Bravo. Además, hay que celebrar la idea, generosa, de ofrecer una propina en formato de quinteto, con los compañeros Myra Pearse (flauta), Juan Ferriol (oboe), John Falcone (fagot) y José Luis Morató (trompa), para la "Requinta Maluca", que gustó mucho en la grada, dentro de la suite "Belle Epoque in Sud-America" de Julio Medaglia.

La otra parte del programa se dedicó a Schubert, destacando la última sinfonía, "La Grande", del compositor que entronca ya con el romanticismo. En esta obra Schubert desplegó toda su inventiva compositiva, y esa riqueza de detalles se degustó en la interpretación de la OSPA -sobresalientes, los vientos-, orientada con definición por Bayl. La atención del público no decayó en ningún momento. No en vano, esta sinfonía se considera una magna construcción musical, que fluye con potencia lírica en su caudal de recursos, de energía arrolladora en los atriles de la OSPA, hasta el último "Alegro". Con todo, la velada del viernes dejó, esta vez sí, el mejor sabor de boca a la afición, que podrá reencontrarse con la orquesta el viernes en el tradicional "Mesías" de Händel -tras la retirada ayer de invitaciones-, que ofrece el Coro de la Fundación Princesa de Asturias, cada año, como pórtico de las fiestas navideñas.

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