Crítica / Música

El arte de cantar la sinfonía

Jonathan Nott y la Orquesta de la Suisse Romande hacen historia con una interpretación brillante

Sólo un loco que hubiese presenciado el frío y aciago estreno de la sinfonía nº. 1 de Gustav Mahler aquel 20 de noviembre de 1889 en Budapest podría haberse imaginado la aprobación unánime del público tras presenciar la brillante interpretación ofrecida por Jonathan Nott y la Orquesta de la Suisse Romande. Oviedo ha vuelto a hacer historia, porque la jornada del domingo en el Auditorio quedará grabada en la retina durante años.

Cuando un nuevo maestro llega al podio de una orquesta sinfónica hay en la atmósfera un ambiente especial y expectante que sólo la novedad es capaz de generar. A juzgar por el concierto del domingo, Jonathan Nott ha llegado a la Suisse Romande con ganas de dar que hablar, en el buen sentido del término.

Nott, mahleriano reputado del panorama sinfónico internacional, repite en Oviedo con su compositor fetiche y arrasa a su paso, porque la indiferencia no es una opción. De las sinfonías de Mahler se ha dicho que la soberbia calidad de sus melodías puede verse como una herencia de Schubert, por lo que programar también en la misma velada la sinfonía nº. 5 de este último supuso una apuesta nada azarosa que confirió entidad al conjunto, y puso de manifiesto la enorme diversidad dinámica y colorística que la Orquesta de la Suisse Romande es capaz de ofrecer. Desde el trabajo casi camerístico que supieron proyectar de la partitura de Schubert hasta la magnificencia sonora de un Mahler pletórico, pasando por episodios de un intimismo memorable.

El propio Jonathan Nott ha afirmado que para que una sinfonía emocione al público, ésta debe cantarse, y ahí está sin duda la clave de su interpretación. La música de Schubert, y esta sinfonía nº. 5, se articulan sobre una melodía refinada a la que Nott y su orquesta cedieron todo el protagonismo. Casi un lied sin palabras para una gran orquesta que actúa como un único organismo. Dejaron cantar las sutilezas de la partitura con un fraseo extremadamente cuidado, bello, y unos "tempi" relajados, siempre en favor de la melodía y el canto, especialmente en el segundo movimiento, Andante con moto, que supuso el paradigma de todo ello.

Poco se puede añadir que no se haya dicho ya sobre la trayectoria de una orquesta tan consolidada como lo es la Suisse Romande, su flexibilidad para responder a cada uno de los gestos de Nott es envidiable, tanto como el empaste sonoro que existe entre las secciones instrumentales. Es Nott un director muy preciso en el gesto, expresivo, comunicativo, y que ha demostrado un enorme conocimiento de la música sinfónica del Romanticismo germánico. No obstante, se jacta de que la improvisación es la mejor parte de actuar ante el público, y en Oviedo no dejó nada al azar, hasta la última nota tenía su razón de ser. Consiguió plasmar su visión en las dos partituras, con un rubato que se dejó sentir sin tapujos, casi como un guiño a la dirección expresiva de comienzos del siglo XX que el tiránico metrónomo terminó por aplastar, y que pertenece a los grandes directores de antaño.

El concierto no había terminado aún, Nott guardaba aún su mejor carta, y es que la Sinfonía nº. 1 de Mahler transcurrió entre dos extremos, por un lado el pianissimo más espectral con el que comienza la obra, un momento delicado en el que el compositor busca recrear los sonidos de la naturaleza a través de una música etérea, y que en el plano técnico entraña gran dificultad al introducir a la inmensa sección de metales, con sus ocho trompas, en esta atmósfera de tal recogimiento. En el extremo opuesto está el tempestuoso cuarto movimiento, cuyo dramatismo y oscuridad termina convirtiéndose en una luz cegadora que condujo al éxtasis de toda la jornada, "per aspera ad astra" dirán algunos. Es justo señalar aquí la magnificencia de un metal que destacó especialmente por la nobleza de su sonido, sentida especialmente en las fanfarrias tan características del sinfonismo mahleriano, una cuerda muy sólida que refleja el universo contradictorio, lleno de luces y sombras del compositor, y una madera musicalmente exquisita.

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