Crítica ! Música

Un Sokolov de otro mundo

Un genio de la interpretación en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo

De nuevo Sokolov (Leningrado, 1950) en las "Jornadas de Piano" ovetenses, a las que eleva con su presencia en cada uno de sus recitales en la ciudad a la categoría de verdadero acontecimiento cultural. Sobre su técnica y su absoluto magisterio está ya, aquí y en el mundo entero, todo dicho. Escuchar en vivo a Sokolov es asistir a una experiencia artística, sensitiva, única. Si cree que está prevenido porque conoce sus interpretaciones de determinadas obras, uno se equivoca, no porque sean cambiantes, que no son tanto, como pianista no sale a escena a epatar con una técnica que es de otro planeta -para eso ya hay otros "mejor pianista del mundo", titular siempre atractivo para los medios-. Como oyente tiene que aparcar parámetros interpretativos que a uno se le antojan incontestables y dejarse envolver en la honesta magia sonora propuesta por un Sokolov para el que el piano es ¿solo? un medio, solo; la música es su fin. Sin el genio compositivo, no lo olvidemos, de un Mozart o un Beethoven, como en el caso que nos ocupa, no sería posible la figura de un intérprete de la enorme dimensión del pianista ruso. Lo haces con su Bach, con su Mozart, hasta con su Beethoven, porque más allá de cualquier criterio estilístico son únicos, no porque sean la interpretación última. Es un genio de la interpretación, no porque la encierre, sino porque la amplia, con honestidad y capacidad dramática de sensibilidad emocionante, y con un inmenso poder sobre la riqueza sonora pianística. Sokolov es único, no el único. La grandeza de este inmenso artista, que podría decirse casi literalmente que sobrevuela el panorama pianístico mundial, es que seduce en el sentido de cautivar, no de persuadir con argucias, más allá de criterios formales o estilísticos, algunos discutibles, cómo no, el arte es el único reino de la libertad personal absoluta. Mozart con su "Sonata Facile" o "Sonata Semplice" -que ironía en este subtítulo que no es del compositor para una obra de madurez que requiere precisamente eso, una extraordinaria madurez interpretativa-, Sokolov convierte la "simplicidad" en genialidad, es la obra en su pureza. La más pura transparencia sonora nada tiene que ver con la simplicidad de la lectura, todo lo contrario, especialmente en Mozart. En la "Fantasía y Sonata en Do menor", K.475/457 la propuesta sonora de Sokolov trascendió lo estilísticamente "correcto", casi lo admitido. El comentario de un aficionado lo describió con total espontaneidad, con la admiración en los labios sentenció: "es absolutamente impresionante, cómo hace para que Mozart incluso no parezca Mozart". Una certeza, Mozart está en la interpretación de estas dos obras emparejadas para la eternidad, pero el universo sonoro de Sokolov, en ocasiones muy calmado, casi petrificado en algunos tempi y en la riqueza de recursos sonoros pianísticos de un instrumento que el compositor no conoció -esa es la única certeza estilística-, estaban en el entorno, como poco de un Beethoven, pero pudieron aproximarse incluso a un Prokofiev, siendo prudentes. El resultado es, sencillamente, un universo pianístico propio, Mozart/Sokolov. Fue casi una introducción a Beethoven, con la Sonata en Mi menor, nº 27, op. 90, y Sonata en Do menor, nº 32, op. 111, que en la segunda parte -de las tres del recital, contando tres cuartos de hora de propinas-, emergió con una fuerza de seducción -sin argucias, insisto-, absolutamente trascendente. Su Beethoven es también Sokolov y, sea como fuere, te rindes a su poder constructivo de un sonido en su poética magia luce unos recursos técnicos increíbles. Sokolov no es el "mejor Beethoven del mundo" -dejemos esa expresión para los rimbombantes titulares mediáticos-, es sencillamente único. El que esto escribe no podría prescindir del Beethoven pianístico, por ejemplo, de un Barenboim -el pianista vivo más importante y eterno ausente en el ciclo de piano ovetense-, pero ese es otro mundo, pianístico. Las seis propinas de la "tercera" parte fueron, cada una, un caleidoscopio de igual seductora belleza. Hay otros mundos. Sokolov tiene el suyo propio, enorme, bellísimo, único, y quienes lo habitan viven admirados -aunque sea en los instantes contenidos en un recital-, rendidos a sus pies.

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