La belleza sólo está en el exterior

El clásico animado se pone al día con un espectáculo lustroso pero sin encanto

¿Estamos todos de acuerdo en que la versión de La bella y la bestia de 1991 es una de las obras maestras incontestables del cine de animación de todos los tiempos? Bien, si es así creo que podremos entendernos. Agotadas por lo visto las ideas en los despachos Disney, ahora toca revisar algunos de sus éxitos pero con el marchamo de "carne y hueso". Lo cual es una patraña porque ya me dirán que había en El libro de la selva que se librara de la acción digital, salvo el protagonista, que en una de estas podían haberlo hecho también en el ordenador. Esta nueva adaptación de aquella maravillosa película, que llegó a competir incluso con el cine "adulto" en los "Oscar" de tú a tú, es una copia que tiene casi todo lo que había en su antepasada.

Y ese casi es fatal.

Están los personajes, sí, y la fastuosidad, sí, y los objetos simpáticos y entrañables que cobran vida, sí, y la música innegociablemente hermosa, pero le falta: encanto, magia, poesía. Incluso terror. Porque, no lo olvidemos, aquella proeza animada se sostenía en principio por el reclamo imprescindible de los cuentos que no pasan de moda y que se grapan a la memoria infantil: hay que sentir miedo, tiene que haber un punto de partida que te hiele el corazón. Y, en ese sentido, aquella Bestia dibujada era un logro impecable: asustaba a la par que fascinaba con su atormentada maldad. Aquí eso desaparece. Es una Bestia que no intimida, casi da pena desde el principio, como si se impusiera la convicción de que a las nuevas generaciones hay que darle todo muy suavecito, en plan light. Como Crepúsculo, vaya. Anda, pero si el director es el mismo?

Pues sí, esta remasterización impúdica por la vía digital convierte el furibundo cuento original en una historieta tan blanda y ornamental que ni siquiera la esforzada interpretación de Emma Watson, la música que ya nos sabemos o el detalle del personaje gay (que a estas alturas haya quien se escandalice por estas cosas es deprimente) pueden salvar al resultado de ser insípido. Entretenido, claro, solo faltaría. Todo es muy lustroso, qué decorados, qué movimientos de cámara, qué fotografía, qué lujo, qué virguerías digitales, qué todo. Y las imágenes se suceden con una perfección técnica incuestionable sin que la emoción aparezca por ningún sitio. La verdadera, no la que viene escoltada por canciones deliciosas. Y no hay emoción porque nadie se ha preocupado por llenar de vida a los personajes, porque todo está milimétricamente calculado desde la sala de operaciones para que la estrategia de marketing funcione y la nostalgia haga el resto.

La belleza está en el exterior en este caso: el interior es pobretón y escasamente acogedor. Y esta historia, sin escalofríos, es muy poca cosa.

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