Crítica / Música

Joven talento pianístico

El cambio de Argerich por Debargue ha permitido escuchar a un interesantísimo intérprete que seguro será importante

Cambio de pianista y de obras programadas en este concierto de las Jornadas de Piano, donde el joven concertista francés Lucas Debargue (1990) sustituyó a Martha Argerich -al parecer operada de cataratas-, al menos el cambio ha permitido escuchar a un interesantísimo pianista al comienzo de su carrera que seguro será importante, con una corta pero ya muy personal trayectoria artística. Como primera obra un concierto quizás no especialmente demandado como el Concierto para piano Nº. 8 en Do mayor, K. 246 "Lützow" de Mozart, que sí es una composición mozartiana muy atractiva que requiere algo más que un grácil solista, aquí la enormemente sensitiva musicalidad de Debargue impregnó toda interpretación -realizada sin director- con una agilidad, transparencia y un talento pianístico que resultó paradigmático en su coherencia. Quizás la peculiar acústica y el tamaño de una sala como la del Auditorio, ensanche, engorde algo la sonoridad de una orquesta que no resultó en este Mozart especialmente transparente y sí modélica en su entendimiento con el solista. En la Fantasía para violín y piano en Do mayor D. 934 de Schubert, que se escuchó en realidad en un arreglo para violín y orquesta de cuerda de V. Kissine, apareció en escena el violinista Gidon Kremer, un Kremer que se encuentra ya al final de una brillantísima trayectoria como solista, tal vez en estos momentos carente de la energía y vitalidad interpretativas que hacen falta especialmente en una obra como esta. Tuvo alguna inseguridad de afinación al comienzo y se mostró, en general, algo retraído, casi oculto en presencia sonora respecto al acompañamiento orquestal, y restó brillo a un arreglo que sin un solista en plenitud no tiene especial interés para sustituir la parte pianística escrita por Schubert. Aun así, como el que tuvo retuvo, una cascada de sutiles detalles violinísticos sirvieron de contrapunto, la atracción del pequeño y fino rasgo con unas veladuras sonoras en pianísimo de un violinista de verdadera élite que, esto sí, se escuchó con agrado y sincera admiración. Como propina, también con la orquesta, no podía faltar su increíble Piazzolla, marca Kremerata.

Más pianismo de élite con Debargue en la segunda parte, con otro arreglo de un compositor tal vez no muy conocido, pero que está entre lo más granado de la creación musical rusa del siglo XX, el Quinteto para piano op. 18, en versión para piano, cuerda y percusión, del perseguido compositor judío polaco Weinberg (1919-1996), al que admiró nada menos que el mismísimo Shostakovich. Composición rítmicamente endiablada en muchos momentos y que Debargue hizo suya con una increíble facilidad. Es algo innato. La Kremerata exhibió una sonoridad de lujo, de ensueño, en su calidad y en su densidad, también cada uno de los instrumentistas principales, el concertino de la segunda parte, el principal segundo violín, el bellísimo color de los solos de viola, la sonoridad sin fisuras de un violonchelo de enorme personalidad. "Valse sentimentale" Op. 51 Nº. 6 de Tchaikovsky, fue la primera propina para el intimismo, la segunda para el disfrute más relajado, con una improvisación jazzística. El resultado musical de orquesta y solistas así, además de la calidad de los intérpretes, ya se sabe que no es producto de un par de ensayos. Aquí tres jornadas de trabajo se consideran ensayos, una jornada con el director, un ensayo con orquesta y el General, en donde se toca todo lo programado de principio a fin con un tiempo delimitado para correcciones finales, o sea, para un solista, un ensayo con orquesta, General y concierto, más claro agua, pero los grupos de élite, como es la Kremerata, no ofrecen el nivel que ofrecen con ese esquema de trabajo, lo demás pamplinas.

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