Crítica / Música

Mahler, rigor y buen hacer

La fusión entre la OSPA y Oviedo Filarmonía resultó más que acertada

Difícilmente podría haberse imaginado una jornada de tan alta calidad musical como la vivida el pasado viernes durante el concierto extraordinario por la clausura de la temporada de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) y la Orquesta Oviedo Filarmonía (OFIL), a las que acompañó también el Coro de la Fundación Princesa de Asturias.

Para un evento tan especial, regresó el director asturiano Pablo González con la Sinfonía n.º 2 en do menor "Resurrección" de Gustav Mahler. Una obra muy exigente, que demanda una enorme plantilla orquestal para lograr el impacto sonoro necesario y expresar a través de la música un asunto tan trascendental como el que aborda esta sinfonía.

Pablo González, bien conocido por los aficionados asturianos, ama la música que dirige, la entiende y la interpreta con rigor, por lo que tiene bien merecido el apelativo de maestro. González mostró un dominio total de la masa orquestal y del coro; los conoce bien, sabe extraer de ellos el máximo y eso se dejó sentir. Su paso por la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC), con la que ha trabajado intensamente gran parte del catálogo de Mahler, le ha otorgado al director asturiano una considerable madurez y solvencia en estas obras de gran formato escritas al término del "largo siglo XIX".

Su interpretación de la Segunda sinfonía de Mahler fue muy técnica, siempre con gesto claro y preciso. González sabe muy bien el tipo de sonido que necesita pedirle a la orquesta en cada momento. Prestó especial atención a cuestiones de fraseo y balance para que pudieran oírse cada uno de los temas que se suceden en la obra, algo nada sencillo cuando hay sobre el escenario una formación tan extensa. Supo también provocar en la orquesta la creación de distintas atmósferas contrastantes, incluso dentro de un mismo movimiento, enriqueciendo así el discurso musical y la complejidad emocional que Mahler imprime a su obra.

La fusión entre la OSPA y la OFIL resultó más que acertada, con los profesores de ambas agrupaciones unidos como si se tratara de una sola. Merece destacarse la uniformidad que se pudo ver en la sección de cuerdas, con un viento y percusión mucho más nutridos de lo que acostumbran en sus actuaciones por separado, y que jugó un importante papel a la hora de favorecer la potencia sonora de los sucesivos clímax que propone Mahler en su composición.

Con el dramático inicio del primer movimiento, marcado por la temperamental entrada de la sección de violonchelos, comenzaban los "ritos fúnebres" que Mahler dispone aquí en una atmósfera de total agitación. En el "allegro moderato" que le sigue, primó la elegancia de la línea melódica, por encima del sentido juguetón que se puede encontrar en varias versiones de esta sinfonía. El sinsentido de la vida que quiere trasmitir el tercer movimiento discurrió por una sonoridad oscura, repleta de momentos de auténtica locura, todo lo contrario de lo que ocurrió en "Urlicht", con el que se recuperó el camino hacia la luz. Llegó entonces la intervención de la mezzo Iris Vermillion, de voz carnosa y expresiva, tras la que comenzó el "Finale", el extenso movimiento que contó también con una estupenda María Espada, y que pone fin a la obra con un deslumbrante coral, cuya gradación y complejidad sonora fue todo un reto para el Coro de la Fundación.

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