Cosme Marina

Crítica / Ópera

Cosme Marina

A garrotazos

El estreno de "Il trovatore" en el Campoamor, una velada irregular que fue de menos a más

El drama medieval, ambientado en Zaragoza, que el dramaturgo español Antonio García Gutiérrez escribe en 1836 y que Verdi junto a sus libretistas Salvatore Cammarano y Leone Emanuele Bardare adaptan para su ópera "Il trovatore" relata un dramón de cartón piedra que tiene como sustrato un enfrentamiento civil. O lo que es lo mismo, el continuo choque que en esta península que nos acoge, se repite a lo largo del tiempo como una maldición insoportable. Por cierto, a modo de anécdota, García Gutiérrez tiene en su catálogo otra obra cuyo título estos días sin duda motiva: "La venganza catalana".

Joan Anton Rechi tira del hilo narrativo y lleva la acción a la Guerra de la Independencia, eligiendo a Goya como soporte iconográfico de su propuesta artística. Es un marco perfecto para el drama: incertidumbre, horror, desolación, muerte. De esta manera el discurso dramatúrgico se exhibe con pulcritud, sin distracciones. La acción se concentra y focaliza en el gesto, en un estatismo en las masas corales que busca y consigue una impronta pictórica de claroscuro. La serie "Los desastres de la guerra" es el hilo conductor, el "argumento" que también pudiera enlazar perfectamente con las "Pinturas negras", con ese "Duelo a garrotazos" que tan bien define el cainismo español y que hoy presenciamos atónitos en "carne viva" que diría nuestro Raphael. Esta coproducción del Liceo barcelonés y de la Ópera de Oviedo, que aprovecha materiales anteriores, tiene puntos fuertes en el impecable trabajo de iluminación de Albert Faura, en el cuidado vídeo de Project2 -¡qué bien se utiliza aquí y no en otras producciones que hemos visto en las que se sale casi con mareos del teatro por el abuso gratuito de las imágenes, a modo de bombardeo- y el débil en un vestuario de Mercé Paloma que no ayuda precisamente a los solistas. Hay determinadas hechuras y gamas cromáticas que se deben adaptar a los requerimientos de cada reparto, de lo contrario se puede caer en lo risible o lo grotesco. El Goya silente que todo lo observa, ni suma ni resta. El trabajo de Rechi es impecable, tiene buena factura, y la capacidad, desde una dramaturgia contenida, de enfatizar las partes más hirientes de la narración y, con acierto, desdibujar algunos de los despropósitos de un libreto, tan descabellado por momentos, y de gran dificultad para llevar a escena con cierta credibilidad; lo cual se consigue plenamente cuando hay criterio escénico como es este caso.

"Il trovatore" no es sólo una ópera ardua en el ámbito escénico, vocalmente también se las trae. Y no, como pudiera pensarse, porque estemos ante unos requerimientos de vocales en los que el exceso y la potencia deban ser protagonistas. Todo lo contrario. Aquí los solistas han de ser flexibles, con capacidad de matiz y cantar en un estilo en el que las pirotecnias vocales acaben domesticadas por un tono general de una más que cierta mesura. Cuando al maestro Arturo Toscanini le preguntaban por su reticencia a programar esta ópera, él tenía muy claras las razones: "no lo hago porque necesito, para ello, disponer de los cuatro mejores cantantes del mundo". Mucho ha cambiado la interpretación operística desde los tiempos del mítico director italiano y quizá estos parámetros ya no sirvan para enunciar una representación de este título, más allá de una utopía que algunos puedan añorar con nostalgia.

La velada de estreno el jueves en el Campoamor, fue irregular, de menos a más, y con triunfo final por parte del público que ovacionó con ganas a todos los integrantes del elenco, con especial énfasis a las dos protagonistas femeninas. El arranque de la noche, flojo y aburrido, con un primer acto tedioso y rutinario. Todo cambió con la entrada en escena de Luciana D'Intino que comenzó a cantar, precisamente, un Verdi matizado, de exquisitos pianísimos y expresivas veladuras, demostrando que la auténtica presencia vocal no precisa de gritos y aullidos. El canto es otra cosa y ahí estuvo, de principio a fin, la D'Intino para demostrar el porqué de una carrera artística de las de verdad, sostenida en el tiempo y que, en la madurez, sigue emocionando por su capacidad para encarnar un rol como el de Azucena con una plasticidad hermosa por encima de que la voz no mantenga el mismo color en todos los registros, algo lógico con el paso del tiempo. A su vera, el resto del elenco transitó por una aseada corrección sin grandes desperfectos, pero, todo hay que decirlo, sin mucha excepcionalidad. La estadounidense Julianna di Giacomo cumplió como Leonora y fue a más según avanzó la velada. Es una soprano dramática de entidad, pero su voz se resiente en la zona alta, demasiadas veces un tanto destemplada. Saca adelante el personaje y convence por su entrega total pero le falta brillo. Al Manrico de Aquiles Machado -tenor muy querido por el público de Oviedo- hay que agradecerle un enfoque del mismo refinado, con especial acierto en arias como "Ah, si ben mio" y más discreto en otros pasajes como la popular "Di quella pira". De todas formas debe resaltarse su canto legato, en estilo, en un papel que no es precisamente en el que más puede destacar, pero al que su capacidad técnica sabe sacar partido. Simone Piazzola fue un correcto Conde de Luna, pero su voz no corre como debiera, y la emisión, a veces, queda un tanto velada, mientras que Dario Russo directamente carece de la entidad necesaria para cubrir más allá de la modestia el Ferrando. Acertados y competentes, como en ellos es habitual, María José Suárez como Inés y Jorge Rodríguez Norton en su doble cometido de Ruiz y un mensajero. Seguro y convincente en sus intervenciones el Coro de la Ópera de Oviedo en un título asimismo comprometido para la agrupación.

A la batuta, la principal virtud de Ramón Tebar fue la eficacia constructiva del discurso musical. Todo estuvo en su sitio, atemperó desajustes, en un título muy propicio para ellos, y sacó buen partido a Oviedo Filarmonía. Desde mi punto de vista, los dos últimos actos fueron los más acertados en su trabajo. Tuvieron una energía que costó más ver en la primera parte. Aquí ya se percibió una versión de mayor calado narrativo desde el foso, no solo pendiente de una perfección formal sino de dar vida a la partitura con entidad y tensión dramática. Es un director, sin duda, muy interesante y que debiera estar vinculado en el futuro a nuestra temporada.

Compartir el artículo

stats