¡No me hablen de "Les Luthiers"!

De cómo unos cómicos argentinos pueden arruinar una vida

Lo habitual es que la pareja se destruya en el nacimiento del primer hijo. Sucede por razones aritméticas: dos son pareja, tres son trío. Algo indiscutible. Pero además desde el mismo instante de nacer el rapacín, el ahora padre descubre que la dulce compañera de pronto solo tiene besos y ojos para el enano.

Y el joven padre pasa a la condición de mozo de cuadra. Y a no pintar nada. Esto es lo normal.

Pero en mi caso no fue así. La pérdida de status sucedió una noche de forma inesperada, antes de la llegada del hijo. Durante un viaje a Buenos Aires alguien nos contó que en el Teatro Coliseo actuaba un grupo musical heterodoxo que fabricaba instrumentos extraños y que dominaba como nadie la sátira inteligente. Tenían nombre francés. Y ella quiso ir.

Soy una persona metódica y gallinácea. La noche se hizo para dormir, salvo que uno trabaje de sereno. Pero estábamos en la fase de pareja. Un taxi nos dejó delante del Teatro.

Eran varios. Por lo menos vestían bien. El que hacía de presentador tenía voz varonil y llevaba una carpeta donde leía. Otro, que no se enteraba de nada, hablaba con el de la carpeta. Los demás tocaban. Usaban música de boleros, tangos, clásicos, alguna marcha militar, la imitación del telediario? esas cosas. La gente reía y aplaudía sin ton ni son.

Utilizaban instrumentos normales pero también neumáticos con tuberías de goma, bidones comerciales con cuerdas como si fuesen violonchelos? todo muy raro.

Las letras de las canciones eran ingeniosas, y los comentarios simpáticos y con buena ironía. De vez en cuando alguno de los músicos dejaba el bombo de detergente o de grasa consistente, y participaba en las diatribas de los otros dos. El público, y mi mujer, lo pasaban en grande. Allá a las mil volvimos al hotel. La única explicación que ella encontraba -dijo- a mi sosez era la venganza por no haberse plegado a mi egoísmo quedando en el hotel. Nunca hubiese esperado eso de mí.

"Me caía de sueño, mi vida" -le dije. Ella me llamó mentiroso, pues no había echado ni una mísera cabezada y atendía como a misa. "Es que estaba desvelado" -respondí. "Ya veo hasta dónde llega tu lealtad y cariño; no te reconozco, Carlos. Está claro que me he enamorado del hombre equivocado".

A la noche siguiente, con el sueño totalmente cambiado, volví con ella a verlos, qué iba a hacer? Antes de salir del hotel me dijo: "Vale, acepto al marido como animal de compañía".

Desde aquel día, en el que dejamos de ser pareja y nos transformamos en "Carlos y Muyer, S. L.", llevo aguantando a "Les Luthiers". En casa tenemos todos los discos y vídeos de esta gente, y la madre y los chavales los escuchan cada nada, y hablan de sus textos, según ellos magistrales. A veces llego a casa cansado, ella está riendo con uno de los vídeos del grupo, pregunto qué hay para cenar y me dice: "De todo; ahí tienes la nevera". Cuando actúan en Asturias la vida se paraliza en casa. Cuando toca Madrid, o cualquier otra ciudad el cañonazo es tremendo: el coche, los peajes, la multa del radar, cuatro entradas, cenas, hotel, desayunos. Una ruina.

Quizá no sea objetivo, pero me ha descolocado lo de darles el premio "Princesa de Asturias". Y no lo digo yo solo; el otro día, en una sidrería de La Felguera, tras escuchar que les habían concedido el de Comunicación y Humanidades, un parroquiano soltó en alto: "¿Pero qué premiu ni que mi madre?"

Vale, tocan y cantan muy bien, acepto que son algo acertados en sus comentarios y que dominan la ironía, y el humor, que tienen clase, llego hasta que sean especiales en su género, y que son capaces de fabricar un sidrófono con la primer caja de sidra que encuentren, pero ¿cómo pueden incluirlos en el pollo de los Premios, la mayor operación de promoción en el mundo de este Principado desde la Batalla de Covadonga? Mi mujer me dice que es porque han alcanzado la genialidad. Serálo muy guapamente, pero a mi estos tipos me han fundido la vida.

De todas formas, enhorabuena por el Premio.

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