En cierto modo diferente, en cuanto que no corresponde exactamente con lo que se trataría en unas Jornadas de Piano -o más bien Jornada con Piano-, ha sido este estimulante recital del tenor Mark Padmore e Imogen Cooper. El experimentado liedetista con una pianista, podría decirse, en estado de gracia, ofrecieron un gratificante recital. Schumann -sublime es poco en su nobleza y elevación- impregnó de exquisitez la primera parte con su "Kerner-Lieder", op. 3. Comportamiento vocal extremadamente refinado en la voz de Padmore. Al piano le costó poco, un lied o así, adecuar su dinámica a la voz cantante, no muy grande en relación al tamaño de la sala. Dicción perfecta, intimismo y realidad expresiva -en cuanto reflejo de los textos-. Imogen Cooper magistral en su pianismo. Schumann o Schumann, la quintaesencia del lied, la vida, el amor y la muerte en música. La vocalidad fue íntima y cercana, ni grande ni pasional, con un Cooper relativamente ponderado que dibujó un Schumann de tacto exquisito, cómo no, por ejemplo, en Stille liebe, en el que el piano más que un instrumento se convierte, ni siquiera en un apoyo, sino prácticamente en el etéreo perfume que acompaña la melodía.

La segunda parte continuó ese camino a pies puntillas en cuanto a su reafirmación de recursos expresivos y delicadeza, que varió de forma poco previsible en la voz tenoril. En la selección de Cinq mélodies "de Venise" op.58 de Fauré y en otra selección de Les chansons grises de Hahn, como en La bonne chanson, op.61, también de Fauré, Padmore mantuvo su refinamiento, Cooper, por su parte, fue creciendo exponencialmente en su maestría, una pianista que bien podría protagonizar un recital en solitario, brilló con luz propia en una delicadeza pianística casi intangible, nocturna, intimista, como la atmósfera general de casi todo el recital. Padmore en esa línea de expresión que actuó casi como una mirada periscópica, concentrada en el objetivo pero algo lineal, sin apenas con cambios de registro en una segunda parte que no fue a más. De afinación perfecta, la utilización recurrente del messa di voce para llegar a la nota ligeramente desde abajo, fue una constante a lo largo del recital, también la utilización del falsete en el agudo; como recurso expresivo fue magistralmente utilizado, como recurso técnico-vocal resultó recurrente en exceso. Una voz no muy grande llegó a todo el auditorio, sin impregnar cada centímetro de la sala -la delicadeza no es ampulosidad- en un delicado equilibrio entre la proyección de la voz, el dramatismo y la introspección. Esa línea es, en lo expresivo, siempre delgada. Como "Jornadas de Piano" queda plenamente justificado en el ciclo por la delicada e impresionante maestría pianística de Cooper, en este aspecto gran protagonista.