Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Identidad y pedigrí

El conflicto en Cataluña y la globalización alientan un renacer del regionalismo

Un pueblo sin identidad cultural ni es pueblo ni es nada. La globalización ha despertado el sentimentalismo regional. Y ahí andamos todos a la busca de la identidad perdida a la vez que se perdió la aldea de Palacio Valdés. No se habla de otra cosa que de la identidad.

El "Cultural" acaba de publicar las reflexiones de quince personalidades españolas ante la pregunta "¿Existe la identidad cultural?". Los expertos coinciden en que existir, existe. Y en que, dependiendo cómo se maneje, puede ser beneficiosa o peligrosa. La publicación que dirige Blanca Berasategui afronta el debate coincidiendo con la aparición del polémico y categórico libro "La identidad cultural no existe" (Taurus), de François Jullien.

Aunque Cataluña ha puesto el listón muy alto, Asturias no anda mal de identidad. Sólo con la gastronomía, podemos hartar a un regimiento de independentistas. Cantamos un himno con letra y todo, que hasta incluye la palabra patria. Si se trata de historia, que se prepare el mundo en 2018 cuando celebremos el 1.200 aniversario de la batalla de Covadonga. Eso es historia y lo demás, pasado revisado. Vamos que si se trata de pedigrí, no hay quien nos iguale. Iba a decir raza, pero cuidado con esos conceptos, porque con ellos la identidad pierde su inocencia.

Tendemos a buscar la identidad en nuestros pueblos. Ahora bien, ¿quién ha dicho que nuestro pueblo sea Asturias o Cataluña? Nuestro pueblo puede ser Gijón o Barcelona, España o Europa. Todo depende de quién fije el criterio. Eso suponiendo que tengamos que establecer nuestra identidad de forma geográfica, porque hay otros muchos criterios posibles.

Por ejemplo. ¿No tiene más en común un cirujano de Oviedo con un cirujano australiano que con muchos de sus paisanos de otras profesiones? La profesión puede ser un criterio tan válido de afinidad como cualquier otro, por no hablar del género, de la generación, de las creencias o de la cultura. Sí, la famosa identidad cultural. Leer a Paul Auster, seguir "Juego de tronos" en televisión o repudiar el comportamiento de Kevin Spacey puede crear más comunión que haberse criado viendo el mismo paisaje.

Nos guste o no, vivimos en un mundo globalizado. Algunos dirán que uniformizado. Yo lo dudo, porque cuantas más opciones tiene una persona para elegir, más diversa será su cultura. Si tomamos como marco la cultura universal para conformar nuestra identidad, seremos más ricos culturalmente que si sólo nos atenemos a la cultura del terruñu.

No digo que no se deba estar orgulloso de las raíces, pero que ese orgullo no nos lleve a la cerrazón de negar todo lo que vega de fuera, de considerar enemigo a lo que está al otro lado de nuestra frontera, de tener miedo a lo desconocido. De eso ya hemos tenido bastante en nuestra historia. Al final, tiene más en común un ciudadano que vive en Madrid con otro que vive en Barcelona, que uno de un pueblo del Ampurdán con uno de Sarriá. Por la sencilla razón de que su estilo de vida urbano se parecerá más y tendrá problemas similares: tráfico, masificación, soledad? Cada vez hay más problemas globales que exigen respuestas globales. El cambio climático es un problema para Mieres y para Beijín.

El mundo reflexiona sobre asuntos tan trascendentes para nuestro futuro como el nacionalismo o el europeísmo. Y, mientras tanto, en Asturias hay políticos que se enzarzan en una agria controversia sobre si debemos llamar Ovieu, Uvieu u Oviedo a la capital del principado. La confrontación -sin duda avivada por la situación en Cataluña- dio lugar a insultos del tipo "eres un Puigdemont asturiano" o a la utilización de bots para alterar con 60.000 votos falsos el resultado de una encuesta de este periódico sobre cuál es el topónimo correcto. Son peligrosos juegos de inequívoco cariz nacionalista. Cuidado, que Putin anda buscando fuegos que atizar.

Compartir el artículo

stats