Cosme Marina

Crítica

Cosme Marina

Empezó en boda

Óliver Díaz, José Bros y Beatriz Díaz ofrecieron una suculenta ópera que satisfizo al público

Un título como "L'elisir d'amore" de Gaetano Donizetti permite los más diversos enfoques. La divertida trama argumental posibilita forzar la comicidad hasta llegar al esperpento si se quiere. También se puede abordar desde una mirada melancólica porque tiene los suficientes acentos románticos para acabar dejando un cierto poso agridulce. Joan Anton Rechi ha sido el responsable escénico de un nueva representación de la obra en el teatro Campoamor -este año Rechi ha sido casi un director de escena residente en la temporada, con dos de los cinco títulos bajo su responsabilidad-. La producción, de la Deutsche Oper am Rhein, tira precisamente hacia el vector de la nostalgia por la mirada tan peculiar en la que la acción se desenvuelve.

No hay nada de pastoril o de bucólico en este "Elisir". Sí encontramos mucha comicidad inteligentemente dosificada y grandes dosis de desarrollismo, envueltas en situaciones que rozan el absurdo. Estamos en una boda, la de Gianetta -que, además, se casa con "bombo" de los de toda la vida incluido-. Alrededor de ese evento el conjunto se articula en un nuevo orden en el que las diferentes piezas encajan a la perfección. Tramas y subtramas nos remiten unas veces al vodevil, otras a la acción exagerada del cine mudo. Todo se explica con sobrio rigor expositivo y las diferentes escenas están construidas con el mimo y la perfección con las que Rechi envuelve sus trabajos. El descaro de Dulcamara, siempre intentando engañar sin escrúpulos, se integra y casi se diluye en la construcción de unos personajes que, en vez de ser lineales, tienen diferentes vetas expresivas, más allá de los arquetipos usuales de los que se usa y abusa en este título. Este camino de abordar la obra es más exigente, pero a la postre es mucho más enriquecedor, potencia los dobles sentidos del libreto de Felice Romani y les da otro vuelo. Además, hay que anotar una escenografía de gran sencillez y belleza, estructurada sobre una gran cielo adornado con cientos de copas colgando que propician efectos hermosos. Una vez más, Alfons Flores acierta plenamente en un diseño que sirve a la intención escénica con enorme eficacia.

Debuta en su ciudad natal en la temporada de ópera, y ya era hora, el maestro Óliver Díaz. Actual responsable musical del teatro de La Zarzuela de Madrid, Díaz es una muy experimentada batuta en el ámbito lírico. Se notó y mucho en el estreno, al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. La partitura de Donizetti exige brío dinámico, pulcritud expresiva o capacidad de concertación minuciosa y en la resolución de todo ello acertó el maestro Díaz. Llevó al reparto en volandas, potenciando las luces de cada intérprete, y consiguió una magnífica prestación tanto de la orquesta como de un Coro de la Ópera, seguro y compacto en lo vocal y excelente y resolutivo en el plano escénico. A Óliver Díaz hay que anotarle en su haber, la capacidad de aglutinar cada elemento hasta obtener un balance global muy estimable. Esperemos que su presencia en el foso del Campoamor en ópera sea más asidua en el futuro.

En el reparto, dos cantantes muy queridos por el público asturiano se llevaron el gato al agua, José Bros y Beatriz Díaz, ambos esta temporada festejando aniversarios de su carrera. No es la primera vez que Bros canta Nemorino en Oviedo. Ya lo hizo en 1996. Celebra los veinticinco años de su debut profesional en el Campoamor, quien ha sido, en estas décadas, uno de sus tenores de referencia. Que tanto tiempo después continúe sacando adelante el repertorio sobre el que cimentó su carrera, habla, y muy bien, de cómo ha sido capaz de planificar la misma, de su inteligencia y aplomo para seguir en activo con altos estándares de calidad. No abundan, por desgracia, ejemplos como el suyo. Precisamente hace veinticinco años le escuché por vez primera y, desde entonces, vengo siguiendo su carrera. Le tengo inmenso afecto en lo personal y una gran admiración profesional. Siempre he creído que cuando se canta, se transmite mucho de la personalidad de cada cual. En el caso de Bros llega, a raudales, su honestidad, su generosidad. El Nemorino que hoy canta es distinto, como no podía ser de otro modo, a aquel de los años noventa. Ha pasado por muchas vicisitudes pero sigue conservando su capacidad para no perder la curiosidad, su ímpetu expresivo, y la belleza con la que Bros lo arropa. De hecho su "furtiva lacrima" fue el momento cumbre de la velada, haciendo gala de una emisión sosegada, poética, de gran plasticidad tímbrica, y el punto de inflexión que influyó poderosísimamente para lograr el gran triunfo de público que se obtuvo en el estreno.

Y también otra carrera, sostenida en el tiempo, va cumpliendo etapas. Son ya quince años los que Beatriz Díaz cumple sobre las tablas del Campoamor, desde aquel "Amico Fritz" de 2002. Ha sido la suya una Adina impecable. Resuelta, impetuosa y espumante, como el personaje requiere, matizada en lo vocal, presente en escena con su habitual desenvoltura; con ese tan difícil y bien conseguido equilibrio entre la exhibición virtuosística y la dulzura expresiva que llevó plenamente a su terreno, al de la madurez de una voz que goza de un momento actual vigoroso. Una verdadera delicia que el público supo también reconocer con rotundas ovaciones.

Un paso por detrás se quedó el Belcore de Edward Parks. En el barítono norteamericano hay que apreciar la entrega y su buena prestación escénica que son bazas suficientes para sacar adelante el rol con solvencia, aunque le falta entidad vocal para redondearlo en condiciones. Veteranía es la que exhibe el barítono italiano Alessandro Corbelli como el doctor Dulcamara. Tiene su interpretación la fluida ambivalencia de embaucador; dramáticamente es irreprochable. Da gusto su dominio de la escena, el tono bufo, siempre en la dosis justa, sin forzar. Vocalmente ya la emisión se deja ver un tanto apagada, desvaída, aunque el papel sale adelante, sobremanera, por sus dotes actorales. Bien la Gianetta de Marta Ubieta, con gran protagonismo en la acción, fantásticamente resuelto, y adecuada su prestación vocal.

Al final el convite resultó bastante suculento y el público invitado salió razonablemente satisfecho de una boda de pretensiones, y con parto incluido. Merece la pena hacer un esfuerzo extra de promoción porque es un título perfecto para enganchar a nuevo público para el género.

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