El asalto del tigre

"El orden divino". El título marca distancias: irónico. Al orden divino apelan algunas mentes cavernícolas para mantener esclavizadas a las mujeres. Esa peste no se ha extinguido pero sorprende saber que la muy tolerante, neutral y sensata Suiza aún impidiera el voto femenino en 1971. Mientras por el mundo empezaban a correrse vientos de libertad sexual y reivindicaciones feministas, en un pueblecito de montaña digno de postal, una mujer de mediana edad (Nora, encarnada por una actriz que podría ser prima hermana de Meryl Streep) cuida de su marido, de sus hijos y de su suegro malencarado. Como ella, el resto de mujeres. Resignadas a no disfrutar de un orgasmo ni a saber qué siente al introducir un voto en una urna. Por no saber, no saben ni cómo son sus vaginas. Política y religión en manos del macho dominante aplastan cualquier deseo de libertad e igualdad. La aspiradora como única aspiración vital. Pero nunca se sabe dónde puede saltar la chispa que emprenda la revolución. Cuando un marido le impide aceptar un trabajo (más que por convicciones machistas, por seguir las reglas de la manada social y no ser marcado como un calzonazos o un traidor a la causa viril), nuestra protagonista decide que hasta aquí hemos fregado y se convierte en líder de un movimiento de protesta feminista que pone al pueblo faldas arriba. Y eso incluye pequeños brotes revolucionarios como atreverse a decir "clítoris" o mirarse (por primera vez) la vagina con un espejo y buscarle su parecido a distintos animales. En el caso de Nora, un tigre. Que despierta y escapa de su jaula.

En un mundo donde la peluquería puede albergar un espacio para la protesta mediante un cambio de peinado es normal que las fuerzas vivas de una sociedad muerta se conjuren contra los díscolos. "El orden divino" maneja los elementos de denuncia sin exagerarlos, más bien suavizándolos con un tono ligero de humor suave y algún toque dramático que llega a confluir con la proclama pura y dura en la (previsible) escena del funeral. Salvo algún detalle puntual (los maridos que sacan a sus mujeres a rastras del encierro), "El orden divino" prefiere ser una obra agradable, cálida y comprensiva (menudo lavado de cara y bajos que se regala al marido finalmente atraído a la causa del tigre) que refleje "un milagro menor" sin pasarse de revoluciones. Algo así como un Ken Loach endulzado por varias capas de "Chocolat".

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