Tino Pertierra

Crítica

Tino Pertierra

Sofía entra en un taxi

Los agobiantes planos secuencia de Komandarev dentro de los vehículos sirven como claustrofóbico e irregular método para radiografiar a través de estereotipos las enfermedades de la sociedad búlgara

El cine búlgaro se llevó el año pasado la gloria del festival con "Glory". Al margen de su escalofriante final, el principal valor de la película residía en su implacable autopsia de una sociedad podrida en la que la corrupción y la codicia son el plan nuestro de cada día. Aún así, la película dejaba algunos resquicios para que entrase cierta esperanza (si por tal entendemos la supervivencia de ciertos cultivos de dignidad) y la fotografía era más cálida que acerada. Destinos no tiene tantos pliegues: se tira al cuello desde el principio y no suelta su presa hasta el final. Que haya algún brote de humor puñetero y/o escabroso no la hace más cómoda. Al contrario. Incluso la fotografía es inhóspita y el uso continuado del plano secuencia dentro de un espacio mínimo (taxis que recorren las calles de Sofía) da a la experiencia hechuras claustrofóbicas. La originalidad no es el fuerte de la película: distintos episodios unidos por un hilo un tanto forzado (historias de pasajeros que van a subiendo a los coches y su interrelación con los conductores) para que vayan desfilando en riguroso desorden estereotipos de la maltrecha sociedad búlgara.

A partir de un primer y contundente suceso en el que un taxista recurre a la violencia como venganza corroída por la desesperación, Komandarev va dando puntadas con hilo grueso para coser las heridas de un país del que incluso Dios se fue junto con gran parte de la población. Con la economía rota y el egoísmo y la desigualdad campando a sus anchas, los destinos que circulan por las tristísimas calles van de mal en peor e incluyen intentos de suicidio, venganzas insospechadas, encuentros cargados de resentimiento, humillaciones a fuego lento o carreras contra reloj para evitar el descarrilamiento. La irregularidad asoma por las esquinas y Destinos alterna episodios espléndidos donde crudeza y emotividad llegan a convivir de forma inarmónica en los asientos con otros mal cuajados que presentan unos grumos de superficialidad que restan fuerza al retrato en sepia. En cualquier caso, y sin llegar a la altura de Una noche en la tierra (Jim Jarmusch, 1991) o Taxi Teherán (Jafar Panahi, 2015), un viaje que vale la pena hacer.

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