No hace tanto, era una de las grandes poblaciones que casi conformaba el cuadrilátero central de Asturias. Con sus 70.000 habitantes, tenía un aspecto floreciente, una actividad febril, cines, comercios, deportes de élite, fútbol de segunda y hasta uno de los pocos equipos de hockey no catalanes en la división de honor. Actualmente, es una población casi fantasma que apenas si llega a los 39.000 habitantes. Esa vieja gran ciudad se sitúa a orillas del río Caudal y aún se llama Mieres. Se ha convertido en todo un símbolo de una España que se vacía.

¿Hasta cuándo se seguirá perdiendo población? La pregunta clave la planteaba en este diario el economista Esteban Fernández. La respuesta es desoladora: a un ritmo de despoblación de casi diez mil habitantes por década, Mieres habrá desaparecido en poco más de 40 años. Es el caso más grave, pero no el único.

El ingeniero Alejandro Macarrón (Avilés, 1960), autor del libro "El suicidio demográfico", advertía en una entrevista con la periodista María Vega, de que, de seguir así, España acabaría por desaparecer: "Es pura matemática. No es opinable. Vamos al precipicio de la extinción".

España empezaría a desaparecer por el Norte, en concreto por Asturias, donde el problema es más grave. "Cuando yo nací -recuerda Macarrón-, nacían el triple de niños que ahora. Asturias es la primera región de Europa en la que, si nada cambia, desaparecerá la población. Me da mucha pena. No me consuela que en Nigeria crezca mucho la población." Lo peor de todo es la agonía que nos espera en ese proceso. Nuestra tasa de fecundidad es la menor de Europa, lo que provocará que tengamos una población cada vez más envejecida. Esta circunstancia tiene un efecto acelerador: "si vives en un lugar en el que sólo hay viejos, quieres irte. Nos gusta la juventud. Si te rodeas solo de ancianos, ves la muerte, la decrepitud". Y, claro, a menos población, menos calidad de vida, servicios sociales más caros, una ruina económica.

Sólo queda recurrir a la inmigración, pero no es una solución fácil. La integración es complicada. Con frecuencia da lugar a fenómenos como el populismo -vienen a quitarnos el trabajo- o a brotes de fanatismo religioso como el yihadismo. Baste un dato como muestras: un 15 por ciento de los nacimientos en Cataluña son de hijos de musulmanes.

Increíblemente, vivimos en una sociedad, individualista y despreocupada, en la que tener muchos hijos está mal visto. La familia numerosa se asocia a grupos religiosos integristas o a los estratos más pobres de la sociedad, incapaces de recurrir a los métodos anticonceptivos. ya sea por indigencia o por ignorancia. Se nos llena la boca con frases hechas como "no hay recursos para todos" o "este mundo no está para traer a nadie".

Claro es que la sociedad no encuentra muchos espejos en los que mirarse. Enumera Macarrón los líderes europeos que no han tenido hijos: Merkel, Schroeder, Macron, May, Gentiloni, así como los primeros ministro de Benelux, Suiza, Suecia e Irlanda. Parece difícil que esos dirigentes se conviertan en adalides de políticas que favorezcan la natalidad.

Con estos datos tan alarmantes, el ingeniero asturiano vaticina un panorama sombrío. Habla de una "sociedad menguante", con grandes lastres económicos y afectivos, envejecida, desgastada por el extenuante cuidado de los ancianos. "Veremos cosas moralmente indeseables", pronostica. El tiempo para rectificar se agota. Cada día que perdemos en cuestiones baladís, cada día que pasa mirando para otro lado, cada día que pasa sin tomar medidas drásticas, hace más difícil corregir la inexorable tendencia hacia la extinción.