"Danton" apagaba las luces

Escribir estas líneas sobre Julio Puente para despedirnos para siempre de su presencia, nunca de su memoria, me estremece y me causa terror. Creo sentirle en la mesa de atrás de la Redacción animándome a la tarea: "Ánimo don Daniel, que tú sabes". Ya.

Cabía esperar alguna sorpresa, porque la discreción de Julio Puente siempre podía saludarte al atardecer. Fue en esa tarde gris y ventosa en la que mi paloma recuperó su ala rota, y en su vuelo me trajo la llamada amable y triste de Ceinos para contarme que un amigo había muerto. Se había ido un amigo, y tras el llanto inconformista y desmayado que le llevó a uno al torrente de recuerdos tan vividos y arraigados de la juventud y de los primeros pasos en aquella estancia tan profunda de pasión por el periodismo, se ha dado cuenta de que quien se había ido era un periodista que había caminado por el camino que andan las noticias, ese por donde suele andar la gente. Quiero decir que Julio Puente, desde pequeño (siempre fue grande, incluso cuando fue pequeño) andaba o tanteaba o sabía o intuía aquello que le pasaba a la gente para contárselo a la gente.

Y fue en ese camino en el que buscó siempre la complicidad del amigo, pero en soledad, nunca compartido en demasiadas porciones. Había que hablar discretamente en cada esquina. Y en cada esquina nos deteníamos cada noche con "Danton", su magnífico ejemplar de pastor alemán, para analizar la actualidad de la jornada y ver qué podía dar de sí para el día siguiente. Eran los inicios de los años setenta y, por ello, hay que advertir a la compañía de que aún faltaban más de veinte años para que apareciera internet. Lo único que teníamos era el poder de la observación, y Julio Puente observaba con la elegancia del águila real. Y tenía la misma pericia para captar la presa informativa, moviéndose con su cuerpazo con la delicadeza de un lince.

Julio Puente, ese maestro de periodistas y amigos, estaba muy lejos de la crítica que hace Kapuscinski cuando dice que "los medios andan siempre en banda, y como resultado de lo cual cada uno mira al otro y ninguno mira al mundo". Julio siempre miró al mundo, a la gente de paso en cada esquina, porque todo le importaba y nada le era ajeno. De su estancia en el Seminario de Covadonga, por ejemplo, le vino su amor a la Naturaleza y, claro, defendía la construcción de un teleférico a los Lagos porque "los que caminamos mal (tenía pies valgos) también tenemos derecho a disfrutar de lo que Dios nos da". Nadie que haya vivido en Covadonga podrá olvidar nunca aquellos inviernos ni el estallido de aquellas primaveras. "Nunca nada malo me enseñaron en el Seminario", decía cuando el mapa del tiempo tertuliano amenazaba conflicto.

Este periodista y amigo, pródigo en generosidad y de lecturas compartidas ("El reino y el poder", de Gay Talese, o "El quinto jinete", de Lapierre y Collins) fue uno de los hombres que me hizo reflexionar cada día en aquellos tiempos de la máquina Olivetti, para discriminar lo anecdótico de lo esencial. Y se reía a mandíbula batiente cuando alguien le halagaba por la enorme facilidad que tenía para hacer titulares. "No se equivoque usted, hermano Francisco; tráigame noticias, que ya las titularé yo". Con ello reivindicaba el papel del buen periodista de calle, el observador, el que mostraba interés por contar a la gente lo que le pasaba a la gente.

Y en estas andábamos en Gijón por la plaza de Europa, calle Corrida, el Parchís y Menéndez Valdés destripando las noticias de aquel diario "Voluntad" que dirigía Federico Miraz, o las de "El Comercio", analizando a Francisco Carantoña, sin saber que, a la vuelta de la esquina, los dos estaríamos juntos durante muchos años en casi todos los periódicos de Asturias.

Al llegar al establecimiento comercial de caballeros que regentaba su padre ("hola, Vidal, ¿cómo estás"?) a las once de la noche, "Danton" lanzaba un ladrido y José Julio apagaba la luz. Dos horas así cada día.

Y ahora sólo me queda el vuelo de mi paloma, recompuesta su ala de caoba y asomada a la ventana por si pasa Julio Puente. "Don Daniel, no me toques la vihuela".

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