Miembro del RIDEA

García y Bellido, recuerdo vivo

El homenaje al arqueólogo es necesario por su producción científica y su calidad personal

Don Antonio García y Bellido es considerado por los especialistas el creador e impulsor en España de la Historia Antigua como disciplina científica. Falleció repentinamente en Madrid cuando comenzaba el otoño de 1972. Sus horas de estudio, la plena realización de su vocación y su original aproximación al mundo clásico nos han dejado una magnífica biografía densísima en nuevos conocimientos. La relación que mantuvo con Asturias ha sido dilatada, constante y fructífera, como lo pone de manifiesto el que nuestra tierra haya sido motivo de algunas de sus más entusiastas investigaciones. Sólo entre los años 1940 y 1944 firmó ocho artículos sobre el Castellón de Coaña, cuatro de ellos en colaboración con su gran amigo don Juan Uría, compañero en las excavaciones patrocinadas por la Diputación Provincial, extendidas con intervenciones arqueológicas en los castros de Pendia y La Escrita. Del barrio bajo de Coaña afloraron en las dos primeras campañas unas cincuenta casas, además de una de las "cámaras funerarias", el bastión, la entrada fortificada a la "acrópolis" y centenares de elementos menores de diferentes épocas. En las siguientes llegaron a unas ochenta casas exhumadas. Con fidelidad y una notable vocación divulgadora, don Antonio reitera el interés de estos yacimientos y de sus descubrimientos en breves notas aparecidas en la prensa regional y nacional, además de en revistas generalistas y en alguno de sus libros de mayor difusión. En ellas insiste en el concepto que tenía del término arqueología, totalmente contrario al criterio "vertical" en el que una determinada metodología dirige y ordena las disciplinas históricas.

Concibió de forma original la investigación de la historia como "la extensión de un plano horizontal que pasase por una sociedad, un ambiente, una cultura, en un mismo tiempo, en un mismo lugar y por todas sus manifestaciones"; postuló que esta se ha de cultivar "en estrecho contacto y en íntima convivencia con aquellas disciplinas afines por sus relaciones de sujeto, tiempo y lugar"; es decir, con la historia externa (en primer lugar), con la numismática y con la epigrafía antiguas, con la filología y la lingüística clásicas, con las instituciones reconocidas y documentadas. Para la Arqueología "todas ellas son disciplinas auxiliares, así como para cualquiera de ellas la Arqueología es una disciplina subsidiaria". "Todas juntas, empero, lo son, en última instancia para la Historia", afirma en uno de sus textos. En perfecta consonancia con sus principios, es estilo fundamental del autor la animación y claridad con las que nos transmite los datos del ambiente, de la época, de las estructuras y piezas recuperadas y comprendidas, desde un finísimo espíritu y ágil percepción, con contribuciones concluyentes a la extensa ciencia de la arqueología; desentrañando misterios e iluminando recovecos con palabra precisa y exacto rigor histórico. En lo que se refiere a la arqueología de la Edad de Hierro en Asturias, o si se prefiere, a la cultura castreña, muchas de sus aportaciones han sido definitivas.

Una sucinta pero completa biografía escrita para el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia por su hija María Paz nos permite medir su capacidad de trabajo y la consideración general de sus resultados. Nacido en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), estudió Filosofía y Letras en Madrid, donde alcanzó la cátedra de Arqueología Clásica en 1931. Tras la Guerra Civil emprende dos vías de investigación: la colonización griega, fenicia y púnica en occidente, y la arqueología de los pueblos prerromanos del norte peninsular. Fundó las revistas "Archivo Español de Arqueología" e "Hispania Antiqua Epigraphica". Por iniciativa suya, en 1951 el CSIC creó el Instituto Español de Arqueología Rodrigo Caro, centro del que fue director hasta su muerte. Al considerar su copiosa obra podrían enumerarse más de cuatrocientos artículos y unos cuarenta libros, siendo los de mayor importancia histórica "Fenicios y Cartagineses", "Hispania Graeca", "Esculturas romanas de España y Portugal " y "Les religions orientales dans l'Espagne Romaine". También llevó a cabo traducciones de textos de Estrabón y Plinio el Viejo, además de un importante estudio sobre las Guerras Cántabras. Recibió decenas de premios, distinciones y honores, no pocos en el extranjero. Debe destacarse que fue miembro del Instituto Arqueológico Alemán, de la Real Academia de la Historia y de la Hispanic Society of America; asociado extranjero de la Academie des Inscriptions et des Belles Lettres de France, de la que entonces sólo Menéndez Pidal y él eran españoles; patrono del Museo Arqueológico Nacional y del Museo del Prado y primer presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos. En el año 1968 fue nombrado Miembro de Honor del RIDEA, donde había encontrado durante décadas indiscutible reconocimiento.

García y Bellido se casó con Carmen García de Diego, con quien pudimos conversar por última vez en su casa de la calle Isaac Peral 1, de Madrid, y de quien conservamos algunas cartas de magnífica caligrafía y con algunas nostalgias de este ambiente: del veraneo en Figueras "con todo el familión", de las tertulias en Navia y de los años en que "éramos llevados de aquí para allá para intentar explicar mejor nuestra historia". Por lo que hemos oído, don Antonio poseía en grado sumo eso que se ha dado en llamar "valores referenciales", calidad personal para orientar con su obra y sus actitudes la vida de sus compañeros y amigos. El profesor Francisco Jordá destacaba "su personalidad de hombre abierto y acogedor, y sobre todo su carácter de arqueólogo de su tiempo, que fue de transición entre el anticuario romántico y decimonónico, amigo de erudiciones y tertulias, y el arqueólogo moderno, estratigráfico y amigo de la estadística, con sus dosis de sociólogo y economista". Y de la relación que durante décadas mantuvo con Jesús Martínez guardamos decenas de misivas, muchas de ellas explicativas, todas generosas y risueñas. Al niño que finalizada la Guerra, con quince y dieciséis años, le acompañaba de Navia a Coaña subido en un carro al amanecer, le decía en el año 1969: "¡Qué ganas tengo de volver a veros, qué ganas de volver a pisar el Castellón de Coaña, de ver el río desde tu terraza y hablar sobre lo que me preguntas de Mohías y que todavía no sé responder!". Puede entenderse que la relación de simpatía y amistad hacia toda su familia sea algo que perviva en nosotros con el correr del tiempo y a pesar de las ausencias. Por ello y por su extraordinario legado, tenemos que felicitar al RIDEA, a la Universidad de Oviedo y a todas las entidades locales y estatales que han hecho posible estas jornadas de recuerdo. Y queremos transmitir el agradecimiento de muchos al profesor Ángel Villa, impulsor de las mismas, digno continuador de la idea de trabajo, por haber tenido la sensibilidad y la voluntad de organizar un homenaje tan necesario y justo.

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