Llegó la noche, calló la voz de la materia

Uno de los creadores estelares de medio siglo de arte contemporáneo asturiano

"Llegó la noche y no quiero dormir sin memoria", así tituló Alejandro Mieres su última exposición, una retrospectiva en el Museo Barjola en septiembre de 2016, con motivo de la entrega de la Medalla del Principado de Asturias, que por cierto él mismo había diseñado en 1986, como lo hiciera con el motivo gráfico geométrico de la publicidad de comunicación de la preautonomía asturiana, por encargo de Manolo Brun. En aquella inauguración de la muestra reinaba cierta aprensión en relación con el título, como si pudiera ser tomado como un presentimiento relacionado con su estado de salud. Hasta que llegó Alejandro, cordial, alegre y bienhumorado como solía mostrarse desde hacía mucho tiempo, con lo que desaparecieron rumores y temores.

No tuve la ocasión de preguntarle si aquella frase tenía algún significado trascendente en lo existencial, pero ahora, cuando en realidad ha llegado la noche, no puedo olvidarla. Me consuela el hecho de que, y no solo por aquella retrospectiva si tenía algo de testamento, Alejandro Mieres no duerme sin memoria. Muy al contrario, él es memoria permanente de más de medio siglo del arte asturiano contemporáneo, del que fue uno de los más destacados protagonistas. Como creador plástico de proyección nacional sobre todo, pero también como maestro y como teórico del arte, en ocasiones en la prensa, con artículos a veces polémicos, como también Paco Fresno acostumbra. O lo hacía, porque nuestro ambiente artístico se ha desinteresado tanto, desnaturalizado tanto, que ya no suscita polémicas.

En la trayectoria artística de Alejandro Mieres hay momentos significativos, estelares, entre los cuales me gustaría comentar un par de ellos. "En mi obra, es la materia quien habla", una frase, un título en una entrevista mía, es uno de ellos. La materia habla, como en Lucio Muñoz, Farreras, Rivera, Millares, Tapies o Vicente Pastor, pero en su caso con una sugestiva peculiaridad: la materia actúa como soporte integrador de la luz y el color, los tres elementos con los que trabajaba para crear sus poderosas, complejas y personalísimas estructuras geométricas monocromáticas. La luz resbalando, irradiando color, sobre superficies admirablemente cultivadas de texturas y accidentes plásticos, singular dibujo geométrico, escultórico, de depresiones y relieves, hendiduras, granulados, perforaciones... mágica estética de lo que él llamaba "epidermis expresivas", casi siempre metáfora de la naturaleza, tierras y paisajes.

El otro momento importante es de la mayor transcendencia y Alejandro Mieres aludía a él con reiteración porque supuso un giro radical en su estética: la historia de la creación de su primer cuadro no figurativo. Contaba que cuando preparaba un lienzo para darle texturas de fondo, sin saber por qué se demoró un par de días amasando, distribuyendo la materia, dándole vueltas, hasta que empezó a notar que aquello no era un caos informal sino que tenía algo que decir por sí mismo: "De pronto sentí que tenía algo que ver con mis abuelos y me pareció paisaje, tierra labrada". De su tierra natal palentina, supongo. El caso es que allí comenzó la pintura de Alejandro Mieres que todos conocemos, una absoluta singularidad en el panorama artístico, una obra monumental. Por eso Alejandro Mieres nunca se sintió cómodo con la etiqueta de constructivista que tan a menudo se le adjudicaba, porque detrás de su pintura estaba la naturaleza. Y también la poesía, como en los inspirados haikus que escribía o las maravillosas tintas, fascinantes mariposas, últimamente flores de Shangri-la.

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