Para que no haya la menor duda de que la propuesta no pretende circular por vías muy concurridas, Lady Bird comienza con un punto y aparte a una conversación doméstica de acelerón brutal: alguien se tira de un coche en marcha. No hay que temer por su vida pero la escayola en un brazo no se lo quita nadie. Quizá sea el brazo que usa para sujetar la alcachofa de la ducha que riega de placer una urgencia adolescente. Soluciones líquidas para necesidades vitales de adolescencia confusa, difusa y nunca relajada. Lady Bird es una chica con todas las papeletas para ganar en la tómbola del sufrimiento: roces continuos con su madre cariñosamente intransigente, malaventuras sentimentales, sentimiento de desarraigo en un mundo académico que rechaza los versos sueltos, perplejidad como hilo conductor del día a día. Edad rara.

Pero Lady Bird no se centra en convertir a su antiheroína en blanco de desdichas y desarreglos sino que se esfuerza por rodearla de elementos que no solo no son hostiles sino que pueden llegar a ser protectores. Y comprensivos. De tal forma que los verdaderos problemas de la muchacha (de cualquier adolescente) no proceden tanto del exterior, y su problemático encaje en la estructura social, como de su propia desestructuración interior, del desacuerdo constante entre necesidades y deseos, entre sueños y realidades, entre voluntad y desapego. Claro está, hay primeros escarceos amorosos que terminan en desastre (esclarecedor, en última instancia), decepciones a borbotones y también liberaciones que alejan los picores típicos de la edad, como cuando te quitan una escayola y ya puedes rascarte a gusto.

Lady Bird juega las cartas del cine independiente con bordes feministas que no cortan -los hombres, en contra de lo que suele ocurrir en casos parecidos, no son unos imbéciles de bragueta siempre (t)urgente)- sin que falten golpes bajos a la sociedad bien pensante (el ataque dialéctico a una antiabortista) pero librando de la quema a personajes que, en principio, podían dar mucho juego para el avasallamiento facilón (la monja con sentido del humor y comprensiva). Lady Bird intenta comprender a todos (al padre que sobrelleva su fracaso con bondadosa dignidad, la madre que tiene sus razones para ser como es y exigir como exige, las amigas que no te apuñalan a las primeras hormonas de cambio...

Sin villanos de manual ni grandes mensajes liberadores ni resentimientos diáfanos, Lady Bird tiene en contra la avalancha de elogios desmesurados que la precede: es una película sencilla, simpática, muy bien interpretada, con momentos brillantes (la catarsis del ex novio, un montaje paralelo de madre e hija al volante?) pero de alcance limitado, y con un canto de amor a Sacramento que desconcierta porque no se sabe muy bien su función en una obra que se ve con tanta facilidad como se olvida.