Crítica / Música

Pura plasticidad sonora

Gardiner, excepcional director, profundiza en el mundo sinfónico de Schumann con una coherencia total

De nuevo Gardiner en Oviedo, esta vez para profundizar en el mundo sinfónico de Schumann, quizás en el límite estilístico de un director absolutamente excepcional en el campo coral, que nace y crece estilísticamente mucho antes en el tiempo de las obras que ocuparon el programa. Gardiner es un mago de la plasticidad, de la hermosura sonora -no únicamente de la excavación arqueológica-, el tejido de sus fraseos está bellamente delimitado y el pliegue de sus cortinajes sonoros tiene una hermosa caída y densidad, esta vez alejada de la ornamentación barroca más tendente a ocultar la estructura. La primera parte abrió con la obertura de Genoveva, op.81, obra con la que el compositor vio frustradas sus aspiraciones de éxito en el mundo de la ópera; es esta obertura prácticamente lo único que en la actualidad se escucha de ella, aunque quizás valga la pena una revisión de una música de belleza innegable -dos versiones como sugerencia, Kurt Masur con la Gewandhaus de Leipzig y Nikolaus Harnoncourt con la Chamber Orchestra of Europe-.

La lectura Gardiner se inscribe más en esta última corriente en cuanto a una articulación muy clara y el brillo sonoro de las notas, quizás en el límite de su percepción dentro del brío y la viveza de determinados agitados tempi. La interpretación de la Sinfonía Nº 4 de Schumann en primera versión de 1841, no la habitual revisada por el propio compositor como definitiva, tuvo su principal interés precisamente en cuanto a la novedad de su escucha, por infrecuente en las salas de concierto. No puedo hacer otra cosa que darle la razón al propio compositor con la versión final de la misma. La segunda parte concentró el interés del concierto con la Sinfonía Nº 2 en Do mayor op.61. Insisto en el fabuloso dominio de la plasticidad del director. Otra concepción musical de la obra de absoluta referencia como un Karajan puede situarse casi en las antípodas y resulta, por decirlo de alguna manera, más atmosféricas, de una sonoridad inasible. No son excluyentes estos dos conceptos, dos mundos sonoros casi opuestos. Algo sobre la disposición orquestal. Cualquier aficionado se percató de la disposición vienesa, con violines segundos a la derecha, contrabajos detrás de primeros, etc., que, lógicamente, modifica algunos parámetros de la escucha. ¿Es tan decisivo? Sí y no. Yo mismo elegí esta disposición -por primera y única vez con Oviedo Filarmonía- para el estreno de la obra "El sueño eterno" de Guillermo Martínez. Hay motivos de tradición según qué orquestas -aunque un compositor como Tchaikovsky mostró su desacuerdo con esta colocación-; tiene ventajas e inconvenientes.

Tal vez lo más evidente es la sensación de oposición, de estéreo, entre violines primeros y segundos, esto fue hermosamente paradigmático en el tercer movimiento, como parte menos positiva los segundos en ocasiones se escuchan a veces algo debilitados al estar tocando con las efes del violín de espaldas al público. Se modifica también el reparto de graves y agudos en la cuerda sobre el escenario, aquí en algunos momentos de esta misma sinfonía pudo ser cuestionable. A mí me gusta ese imponente sonido que en mitad de la orquesta, casi como abierta en canal, adquieren por momentos chelos y contrabajos; también se facilita el empaste -incluso en momentos recargado en graves, no fue el caso- con las trompas, y otros muchos parámetros que ocuparían mucho espacio definir.

Gardiner coloca los timbales delante de los metales junto a las violas, y hace que los músicos -no todos obviamente- toquen de pie, aquí el efecto además de sonoro es visualmente espectacular. Gardiner dirige -corrige dinámicas constantemente durante la ejecución-, con una concepción estética de una extraordinariamente atractiva plasticidad, domina la obra desde el interior y todo lo lleva al terreno que, orgánicamente, le resulta especialmente bello, con una coherencia total. Otras visiones son posibles, lógicamente, la de Gardiner es siempre de un hipnótico atractivo incuestionablemente sugestivo.

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