Tino Pertierra

La cosa retorcida

Las películas, novelas y obras de teatro sobre misterios a resolver que basan la mayor parte de su impacto en la sorpresa final tienen el inconveniente de que no hay que ser muy listo para saber antes de tiempo quién es el culpable: basta con preguntarse quién es el personaje menos sospechoso de todos. Y Agatha Christie recurría a ese truco o trampa con bastante frecuencia, aunque su mayor hazaña en tales manejos fue en Asesinato en el Orient Express, donde tiró por la vía de en medio y se inventó un asesinato colectivo. Así cualquiera acierta. O falla. El éxito quizás inesperado de la adaptación de Kenneth Branagh, que se hizo un traje a su medida a costa de cargarse la esencia del personaje de Hercules Poirot, amenaza con llenar las pantallas de más intrigas creadas por la señora Christie, y bienvenidas sean siempre que no sean como La casa torcida: no solo es aburrida, también está torpemente realizada y tiene una de las parejas protagonistas más inapropiadas que se recuerdan, en especial un Max Irons que demuestra con creces que no ha heredado el talento y el carisma de papá Jeremy. El tropiezo ya se ve venir en las primeras escenas, cuando se intenta, con resultados romos, darle un toque a lo Raymond Chandler a la presentación en la que una clienta contrata a un investigador con el que tuvo relaciones. Y claro, quedan rescoldos que pueden provocar incendios.

Sin ese error de casting es probable que la desorientada dirección de Paquet-Brenner (unas veces se cree Orson Welles en Ciudadano Kane y otras intenta emular a Hitchcock, pero lo que domina es la puesta en escena plana y sin ritmo) no quedara tan en evidencia porque el reparto de secundarios tiene la consistencia suficiente para maquillar su inoperancia. Al final, La casa torcida, que solo remonta el vuelo en su trágico (que no sorprendente) desenlace, vale lo que valen los momentos de gloria de gente como Glenn Close, Terence Stamp, Christina Hendricks o Gillian Anderson. Y es una pena porque un guionista como Julian Fellowes ( Downton Abbey, Gosford Park) era ideal para entrar a saco en las miserias de una familia de alta cuna corroída por el odio, los celos y el rencor, porque la manifiesta torpeza del investigador principal era un germen perfecto para reírse a la inglesa de ciertos tópicos del género, porque el escenario de la extraña casa tiene unas posibilidades enormes y porque, sobre todo, el interesantísimo personaje de la niña "holmesiana" pide a gritos más y mejor desarrollo: más retorcimiento.

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