Como le pasa a su protagonista, quieres forzar las cosas (las convenciones de la comedia romántica) y, al final, a Las leyes de la termodinámica le pasa lo que le pasa: ni una risa durante la proyección. El problema es, precisamente, su concepto, que no es un punto de partida sino un punto y final: el estudio de las relaciones afectivas a partir de la ciencia podría suponer un leit motiv interesante pero cuando lo llevas al límite absoluto, sin dejar que respiren los personajes y sus conflictos (un ejemplo de jugar con algo similar y salir algo más que airoso: la novela "Cuando Alice se subió a la mesa", de Jonathan Lethem), la cosa no va más allá de la ilustración de un guión que persigue el ingenio (sin pretensión, menos mal) desesperadamente. Y es una pena porque el cuarteto protagonista, estupendo, reclama más espacio y aire en el que poder expandirse y desarrollarse. Pero, nada, Mateo Gil corta cada uno de los intentos de su propia película de que alcance algún tono de cierta humanidad y espontaneidad. Desde luego si el director y guionista quería llevar hasta el final el banzai emocional de su protagonista, el trayecto suicida por el que sale de sus errado concepto vital, lo ha conseguido: él, Manel, se da cuenta a los 90 minutos de empezar a contarnos su peripecia; eso sí, el espectador, fatigado y frustrado, bastante antes.

Y no le voy a pedir a la cosa una mandanga tipo Lethem, pero, al menos, sí algo Richard Curtis circa About Time: que sí, que vamos a hacer una comedia romántica con cierta diferencia, que sí, pero nunca hay que olvidarse de que esto va de personas.