Tras su arrollador éxito con Intocable, Omar Sy no ha tenido el menor reparo en seguir repitiendo la fórmula del personaje gamberrete con alguna que otra zona errónea en su vida pero con un gran corazón y una enorme vitalidad que contagia a quienes se cruzan con él. La receta de humor blanco y algo de drama se mantiene intacta en El doctor de la felicidad, si bien aquí se aplica a una obra literaria muy conocida en Francia traicionándola sin el menor recato. El maquiavélico y desvergonzado personaje original, cruel y odioso, que no tenía problemas en manipular a los demás y aprovecharse de ellos en la década de los 20 pasa a ser aquí un granuja simpático y encantador que pasa de ser un golferas a alguien concienzado que no duda en cantarle las cuarenta a un sacerdote de púlpito intolerante.

Es probable que la realizadora tuviera en mente hacer una crítica más o menos agria al racismo en la sociedad pequeño burguesa de la Francia provinciana, pero lo que sobrevive en la pantalla es una historia convencional de costumbrismo amable y edulcorado en el que aparecen retratados personajes galos que hemos visto una y mil veces. El desvío de la historia a pasajes más dramáticos no la redime de escorarse en exceso a lo dulzón y los atisbos de crítica a los aspectos más comerciales y engañosos de la medicina quedan pronto aparcados: lo que importa es darle a Sy una ocasión más para sacar brillo a su personaje de pillo redimido. No es especialmente graciosa y el drama no conmueve demasiado, pero los paisajes son muy bonitos y hay un buen plantel de actores secundarios.