Oviedo, Miguel

A. FERNáNDEZ

Estuvo presente en una de las más importantes y llamativas revoluciones musicales de los sesenta, el tropicalismo brasileño. Al lado del grupo «Os Mutantes», y como compañero de Caetano Veloso, Gilberto Gil o Gal Costa, formó parte de la leyenda «post» bossa novista. Tras esa época de oro, vivió apartado y componiendo en su mundo creativo y personal, hasta que David Byrne (ex «Talking Heads») lo redescubriera y pusiera de nuevo en circulación -como ejemplo de genio creativo, ecléctico, vanguardista y original- a finales de los ochenta. El viernes actúa en el teatro de la Laboral y hasta entonces dirige, también en Laboral Escena, un taller con diez músicos asturianos y participa en el rodaje de un documental sobre su estancia en la región dirigido por Igor Iglesias.

-Mucho trabajo en Asturias: concierto, taller y documental.

-Sí, bastante. A Igor hace tiempo que le conozco. Él comenzó a trabajar con el material que tenía de Brasil y fue planeándolo todo y creciendo en su gusto e interés por el asunto.

-Tras tantos años, continúa acaparando interés entre los que buscan una música diferente.

-Eso es más o menos una cosa curiosa que aconteció en mi vida. A medida que yo envejezco mi público va siendo más joven. No en Europa, donde hay público de todas las edades. Pero sí en Brasil. Allí la gente que me sigue es muy joven.

-¿Un público muy distinto al que los seguía a finales de los sesenta?

-Perfectamente. Son muchas generaciones después. Las personas a quienes gustábamos están con 60 años o así. Ahora el público que compra nuestros discos tiene una media de 20 años.

-¿Qué relación tiene con los Caetano, Gil...?

-De amistad, no de trabajo. Ellos trabajan en el «mainstream» (música comercial). Yo no sé trabajar en ese sector. Yo los admiro. Son verdaderos genios. Como decimos en Brasil, no soy genio, soy japonés. Antes se decía que los japoneses, cuando estudiaban el acceso a la Universidad, nadie creía que ellos, con sus dificultades, acabasen el curso. Pero con esfuerzo, con cierta gallardía, conseguían pasar bien. Yo no soy un genio que reciba a las musas a ciertas horas. No trabajo para el público que contempla los escenarios. No trabajo para lo contemplativo, sino para lo cognitivo.

-He leído que usted no escucha música.

-No es por ser vanidoso ni exigente, es porque trabajo con músicas. Lucho como un operario para sacar doce compases por día, pero al escuchar la radio no escucho mis trabajos, así que en vez de alegría tengo envidia.

-Imagine que David Byrne hubiera hecho lo mismo. Nos hubiéramos perdido a Tom Zé.

-Tiene razón. Pero en compensación, cuando soy instado a oír tengo la suerte como la de escuchar a músicos de aquí, de Asturias, con los que me encuentro esta semana, que me ofrecieron una audición de música curiosa, feliz, llena de experiencias interesantísimas

-¿Para cuándo un nuevo disco?

-Pronto. Después de «Danç-êh-sá», un disco sobre la juventud brasileña que sorpresivamente se declara hedonista, egoísta y sin interés por el planeta o los pobres. Desde que nací, la juventud siempre se interesó por eso, así que, como me chocó tanto, intenté demostrarles que Brasil es un país negro, joven. Que justamente por eso tiene cintura y capacidad para dialogar como los pueblos civilizados. Picasso decía que si no hubiese conocido el arte primitivo africano cuando era joven su obra nunca hubiera sido lo que es.