En algún momento de los noventa, Mike (Mos Def) se queda unos días como encargado del viejo videoclub en el que trabaja. Lo que no imagina el chaval es que su amiguete freak (Jack Black) va a borrar el contenido de los todos los VHS porque ha sido magnetizado por una central eléctrica vecina. Con un montón de obras maestras desaparecidas y de clientes cinéfagos, los dos tipos deciden hacer nuevas versiones «a su manera» para que el videoclub no sucumba bajo las grandes corporaciones.

Definitivamente, la cara menos pedante de Michel Gondry (ésa que repugna «La ciencia del sueño» y adora «Olvídate de mí») alumbra a un cineasta inteligentísimo que conoce perfectamente cómo combinar trucos heredados del videoclip con guiones dignos de ser contados. En esta versión posmoderna e inversa de «La rosa púrpura del Cairo», donde los protagonistas entran en la pantalla, el director francés consigue a base de realismo mágico y sencillez montar una producción amable, segura de su talento y, esencialmente, emocional. Aunque la presentación de los personajes (inolvidable asalto a la central, meada incluida), sus primeros remakes («Robocop» y «Cazafantasmas», ¡candidatos el «Oscar», ya!) y el descubrimiento de las malignas cadenas de videoclubs se vean desmejorados por un desarrollo posterior irregular de dejes previsibles y de gags miméticos, el último tercio del metraje nos reconcilia con la historia de esos dos perdedores enamorados del VHS.

Así, los esfuerzos de los habitantes del barrio por reinventar una vida, la del mítico cantante de blues Fats Waller, con la que salvar la existencia del videoclub ante las multinacionales, hacen de «Rebobine, por favor» una declaración de amor al cine y a la creación artística. Aupado por un casting a la antigua (mezcla de nuevos valores y grandes actores olvidados), Gondry termina el ensueño con una catarsis grupal involuntaria, ¡vivan los Lumière!, que soluciona todos los problemas, ¡viva Frank Capra!, ahuyenta los miedos, ¡viva Woody Allen!, y felices, nos permite a los espectadores salir de la sala creyendo que todavía hay esperanza en este puñetero mundo.