El problema del cine con Carver (y especialmente con los lectores de Carver) emerge cada vez que se filma una adaptación de uno de sus escritos. Robert Altman lo entendió al milímetro uniendo diversos cuentos del autor estadounidense y acercándolos con mano firme, con inteligencia soberbia, a su universo («Nashville») de historias entrelazadas. La dificultad surge cuando es uno solo de estos textos el elegido para ocupar un largometraje. «Tanta agua tan cerca de casa», aparecido en el imprescindible «De qué hablamos (cuando hablamos de amor)» (Ed. Anagrama), inocula en pequeños fogonazos una situación cotidiana (hombres de pesca) que encuentra un dilema (cadáver) y desarrolla la continuación de sus vidas tras su decisión de obviar el cuerpo. Como quien sufre un pequeño contratiempo, los personajes principales no cambian, siguen siendo unos humanos corrientes, pero su hábitat se tambalea entre el perdón y la condena.

Por supuesto, aunque resulte inevitable que aquello que proviene del relato de Carver (costumbres habituales, descubrimiento de la muerta y remordimientos posteriores) sobresalga al conjunto, el buen hacer de Ray Lawrence y su guionista Beatrix Christian consigue convertir «Jindabyne» en una entidad sólida y propia. Con los mismos instrumentos que en «Lantana» (gusto literario, fotografía destacable, música de Paul Kelly) y la impagable colaboración de dos actores magnéticos (Laura Linney y Gabriel Byrne), la película desdobla la tinta de diferentes formas. Las más desdibujadas las componen las relaciones entre Laura Linney y su grupo de amigas y la inclusión de algún personaje de excusa como la madre del protagonista. Aun así, la impecable argumentación central (¿qué define a un ser humano?) pervive en este celuloide de reproches y de culpa, de decisiones equivocadas y de remordimiento.