Pocos artistas hay en el rock capaces de transformar un escenario a su antojo, de envolvernos en las atmósferas que sugieren sus canciones como el australiano Nick Cave. Atemperada su temible pegada de antaño, abre con «Night of the lotus eaters», una densa pieza que, al tiempo que daba forma al sonido, nos introduce en el universo de extremos del autor, en esa conjunción de placer y dolor en la que siempre ha encontrado inspiración. Continúa con otro tema de su reciente «Dig, Lazarus, Dig!!!», la sinuosa «Today's lesson», para dar paso a uno de sus grandes clásicos, el retorcido «Red right hand» y a la tensa canción que da título a su nuevo álbum. Relajado, hasta inusualmente dicharachero, Cave disfruta de su estado de gracia que ha propiciado el lleno en la tercera fecha de su gira y practica un peculiar español con su colega de los tiempos de instituto Mick Harvey. Juntos presentan la célebre y oscura «Tupelo», una canción protagonizada por Elvis y «la tempesto». Elevados los ánimos con la convulsa tensión del bajo, llega el momento de mezclar clásicos (la delicada «The ship song», el romanticismo irredento de «Let love in», la enorme «Deanna») con nuevo repertorio (tensión a lo «Doors» en «Midnight man», electrizante «Lie down there», elegancia en «Hold on to yourself»). Para entonces, Cave ya se ha hecho dueño del escenario, con un despliegue de movimientos más matizado que antaño, donde se revolvía como una fiera hasta el éxtasis extremo. Rebasada la cincuentena, los excesos físicos y las maniobras convulsas han de dosificarse con algo de sentido. Se despide, a los ochenta minutos, en plenitud con la descomunal «Papa won't leave you, Henry» y la impactante «More news from nowhere».

Llegan los bises y el público protagoniza «The lyre of Orpheus», como un componente más que disfruta con las dudas del australiano, que se olvida parte de la letra del hermoso «Straight to you» ante la hilaridad de sus seis músicos. Para el segundo y generoso bis, con el que se cumplen dos horas repletas de clase y «savoir faire», acometen la rítmica sostenida de «We call upon the author» y joyas escondidas del calibre de «Your funeral, my trial», del álbum homónimo, con lucimiento al violín para el esencial Warren Ellis -más entregado a la guitarra que al instrumento que le encumbrara al frente de los «Dirty Three»-. Después de «Stagger Lee», un apoteósico fin con un monumental «Wanted man», en la que expulsaron toda la energía de la que son capaces y ante la que palidecerían otros más atribulados.