Oviedo

La ciudad vivía la fiesta de la Ascensión y en el teatro Filarmónica se respiraba la atmósfera musical de las grandes ocasiones. El concurso y muestra de folclore «Ciudad de Oviedo» celebraba su primera jornada de la fase final, y sobre el escenario desfiló el talento sin descanso. Lo hizo en primer lugar la agrupación coral «Amigos de Sabugo», de Avilés, dirigidos con mano maestra por Elena Vallepuga. «Tengo de ponete un ramu», «Les paxarines» y «Háblame del mar» dejaron clara la armonía y elegancia de la formación. La novedosa categoría dedicada a la renovación de la tonada tuvo como primer representante a Fernando Valle Roso, de La Felguera, cantó con brío «Malaya» y «Cantares vieyos». Jairo López y Laura Prado, de Oviedo, mostraron su buen hacer como pareja de baile con la «Jota de Ibias» y la «Muñeira de San Clemente», siendo el gijonés Urbano Prieto quien puso por todo lo alto la tonada con su interpretación de «Tengo de ir al molino» y «Arrea, carreteru».

El gaitero Jesús Fernández puso de manifiesto su altura musical con «El trasgu saltarín» y «Entrepenes», que darían paso a un breve descanso tras el que intervendría, en medio de una gran expectación, Anabel Santiago, de Campo Caso, acompañada por el gran guitarrista Michael Lee Wolfe, en el apartado de renovación de la tonada. Lo hizo con «La cai el viciu» y «Poema inacabáu». María Begoña Rodríguez, de Mieres, participó en la modalidad de tonada con «Cuando la máquina va» y «Carretera de Colloto». Intensidad y conjunción demostraron Jesús Fernández y Lucía Iglesias, de Oviedo, como pareja de baile en jota recogida en Boal y muñeira recogida en Uría.

La escena se pobló nuevamente con el Orfeón de Castrillón, dirigido por José Manuel González, con unas estupendas interpretaciones de «Háblame del mar», «Paxarines» y «A tu lado».

De Carrandi -Colunga-, llegó Lorena Corripio, para mostrar en la tonada su sensibilidad y su potente voz cantando «Soy de Langreo» y «Tienes casa y tienes hórreo». Y el gijonés Rogelio Suárez se encargó de cerrar con brillantez la jornada con «Adiós, llugarín de Pió» y «Toca la gaita, gaiteru».

Y mientras las actuaciones se desarrollaban en el escenario, en su «retaguardia» se vivía el habitual espectáculo -invisible para el público- de las esperas cargadas de nervios, de las conversaciones a media voz, de los ensayos entre las esquinas, del ir y venir del secretario del concurso, un ubicuo Juan Carlos González, de los debates fugaces, del trasvase continuo de botellines de agua para que la garganta esté bien refrigerada, de gaitas que descansan sobre las mesas, de encuentros amistosos y complicidades varias. Una concursante ofrece una petaca de buen ron con la que se mantiene en la temperatura ideal la voz, hay quien respira lentamente para relajarse y concentrarse, no falta quien canturrea por lo bajo a modo de ensayo, y siempre en escena o fuera de ella un Carlos Jeannot que contagia entusiasmo, sabiduría y saber estar, siempre con una broma a punto para rebajar la tensión y con la autoridad necesaria para que nada ni nadie se despiste.