La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) emprende una nueva etapa tras la partida de Maximiano Valdés, que sostenía hasta ahora la batuta titular de la orquesta. En los próximos meses, la formación recibirá a diferentes directores que pasearán por el podio hasta que, en 2012, se desvele el nombre del candidato definitivo a ocupar el puesto dejado por el director chileno.

Con este propósito, con el concierto el pasado jueves de pretemporada de la OSPA, se abre un período de transición, que podría entenderse como «de paréntesis» para la orquesta asturiana. Sin embargo, aunque así sea en parte, no significa un estancamiento. Baste pensar en la política de directores invitados que ha enriquecido desde atrás el desarrollo de la OSPA, sobre una gestión sólida que mantiene su estabilidad. Ahora, se trata de aprender de todos los directores que pasarán por la OSPA, de valorar sus aportaciones y de mirar al futuro con ilusión. Es cierto que los responsables de la orquesta habrán de reflexionar, negociar y estudiar con detenimiento, desde los diferentes frentes, todas las posibilidades. Nadie dijo que fuera fácil, pero, ante todo, estos meses son para disfrutarlos.

La directora Virginia Martínez inauguró esta nueva etapa regresando al frente de la sinfónica asturiana. El público ovetense es testigo de los progresos de la joven maestra murciana. Tal y como pudo comprobarse el jueves, Martínez es de batuta minuciosa, en obras que interpreta y transmite con corrección y buena estructura. En este sentido, a través de las obras de Mendelssohn, el público pudo contemplar a una Virginia más madura, templada y, como es lógico, en plena evolución de su arte y de su carrera. La obertura de «Las Hébridas» supuso un ejercicio de orquestación y desarrollo temático que la orquesta interpretó a conciencia desde sus diferentes familias, con el destacado papel de la cuerda y las maderas. En esta línea, por parte de la directora, se observó además un especial cuidado en los planos sonoros y en los tempi, siempre dentro de la concepción de la obra por parte del autor.

«El Concierto para clarinete y orquesta en La mayor, K. 622» de Mozart trajo consigo un solista de altos vuelos, José Franch-Ballester, con el que la orquesta se entendió a la perfección, a través de Martínez. El clarinetista castellonense extrajo de su instrumento un sonido pulidísimo, de cuidada proyección y limpieza en extremo, con matices riquísimos. Una verdadera «delicatessen» al más puro estilo del de Salzburgo. Baste escuchar esos «pianísimos» del «Adagio», un movimiento de fraseo emocionante, cargado de musicalidad por parte del intérprete. «Oblivion», de Piazzolla, puso un broche de oro -orquesta incluida-, en forma de propina, a la intervención del clarinetista.

En la «Sinfonía escocesa», de Mendelssohn, que ocupó la segunda parte, la orquesta se impuso definitivamente en los dos últimos movimientos, en una actuación que fue «in crescendo». Al frente, Martínez subrayó la continuidad de la obra en una interpretación consciente del entramado formal, que tuvo, por parte de la orquesta, una respuesta notable en la elaboración de los recursos de textura, armónicos y melódicos, en una plantilla que sonó muy equilibrada en sus familias.