Gijón, Ángel CABRANES

El maestro habló, y lo hizo en el más propio de los escenarios: una sala de cine. Víctor Erice, al que la humildad y su personalidad introvertida le han hecho esquivar durante años cualquier aparición en los medios, se prestó el pasado martes a intervenir en un coloquio organizado por el Festival de Cine de Gijón tras la proyección del documental «Víctor Erice París-Madrid, allers-retours», una retrospectiva realiza por el crítico francés Alain Bergala sobre la obra del autor vizcaíno. «Tengo la conciencia de que, por edad y por trayectoria vital, mi camino como cinéfilo y cineasta está a punto de desaparecer. Por eso creo que es importante dejar mi pequeño testimonio como legado a los jóvenes que empiezan. Servirá para que no cometan los mismos errores de mi generación», aseguró a sus 70 años el vizcaíno, creador de películas tan inolvidables como «El sol del membrillo» .

Una breve intervención antes del inicio del documental le sirve como primera toma de contacto con el público. Al filo de la medianoche, Víctor Erice aguarda a la finalización de la retrospectiva de la que es protagonista en el hall de los Cines Centro de Gijón. Ha preferido ausentarse de la proyección y mata el tiempo charlando con el director del Festival de Cine de Gijón, José Luis Cienfuegos. Él es el primero en indicarle nuevamente el camino para reencontrarse con sus seguidores, en la sala 5. El aplauso acompaña cada uno de los pasos del vizcaíno. Una vez sentado en el taburete que se le ha instalado bajo la gran pantalla, comienza a responder a las preguntas de los asistentes, flanqueado en todo momento por Alain Bergala. «El trabajo de los directores es a veces el de un mero intermediario. Las películas, una vez terminadas, dejan de ser de su director para pasar a pertenecer a los espectadores», asegura Erice ante la inquietud de uno de los invitados por conocer la interpretación de su obra.

Acepta los números piropos con modestia, la misma que utiliza en cada uno de sus argumentos. «El cine me ha ensañado que no es importante hacer imágenes bellas, sino imágenes necesarias», advierte mientras debate sobre «la polución de imágenes que se respira en la actualidad. La ración que recibe al día cada individuo es increíble, y todo debido a medios como la televisión o las nuevas tecnologías. Es algo que nos ha hecho perder algunas de nuestras costumbres y convertirlas en hábitos más globales». Como ejemplo, utilizó uno de sus trabajos en Asturias: «En el proyecto "Ten minutes older" tuve que trasladarme a un pueblo de Llanes para poder captar la manera tradicional de segar que había visto en mi niñez. Es casi una manera de hacer arqueología, algo de lo que se sirve el cine para poder capturar el tiempo», destaca.

Erice vuelve a profundizar sobre el séptimo arte, que «entra en contradicción al ser considerado como industria, sin embargo, esto también es la fuente de su vitalidad». Al mismo tiempo, denomina el cine como una disciplina que «se ha servido y ha llegado después de la literatura, la pintura y la música», y afirma que su generación tuvo que soportar «el fardo de ser los primeros en afrontar el peso de la historia de la cinematografía. Tener conciencia de los grandes creadores, aquellos que ya habían inventado muchos de los términos que ahora se utilizan. Esa presión ya no la tienen los nuevos creadores». Aunque el reloj casi marca la una de la madrugada, Víctor Erice sigue respondiendo de manera pausada, sencilla, sin prisa. Casi de la misma forma de la que se sirve para reflexionar sobre una trayectoria que le ha encumbrado entre los grandes. Su despedida llega precedida con un «gracias» casi apagado por una cerrada ovación.