Hay un arte unido al cuerpo, la identidad y los valores, que te abraza o te rechaza, te identifica o te excluye, y la música no ha sido ajena a él. Ejemplos los encontramos en este concierto de inspiración programática, donde incluso el «Doble concierto» de Brahms, que no entra en esta clasificación, pudo, por lo visto y oído, haber sido ejemplo de ello. En las notas al programa incluimos una apreciación de Malcolm McDonald, más literaria que musical, que sugiere una polaridad masculino-femenina, como una historia de amor, una especie de ópera sin palabras con dos únicos protagonistas.

En la fantástica interpretación de Julia Fischer al violín y Daniel Müller-Scott al violonchelo, se apreció una complicidad musical tan estrecha que estos dos jóvenes, virtuosos y bien parecidos intérpretes, prácticamente la escenificaron, con total naturalidad, en sus gestos y miradas cómplices, al mismo nivel que en lo musical se convirtieron en una pareja modélica. Müller-Scott, en esta literaria visión, pareció adoptar la masculinidad con un sonido compacto, incluso espeso -la calidad de su violonchelo Matteo Goffriller hizo el resto-, con un ataque fulminante en precisión. La postura sonora de Fischer -casi como si se adaptase a la imagen de bella enamorada en el acercamiento físico al violonchelo en los pasajes en que corrían en íntimo paralelo musical- no fue tan contundente, resultó encantadoramente lírica en su delicadeza, aunque no dejó en los grandes tuttis de brillar en el agudo con una eficacia excepcional, con una «prima» -la cuerda del violín más aguda- de muchos quilates en su penetración y calidad sonora. La exhibición de ambos fue un maridaje paradigmático que centró toda la atención. La propina de Ravel fue casi una obra más del concierto, si de calidad interpretativa e impronta hablamos.

Antes fue «El carnaval romano» de Berlioz, obertura «característica» de la ópera «Benvenuto Cellini» -genial orfebre y escultor renacentista cuyo apasionado temperamento le involucraría en numerosas reyertas y duelos, en una vida tan turbada como elevado fue su éxito artístico-, en el que también la vitalidad, el amor, incluso el rapto y el duelo, son musicalmente descritos. La interpretación resultó con tanta fuerza de eficiencia como algo ruda en sonoridad. Lo mismo le sucedió a Järvi en el «Doble concierto», donde quizás no dominó del todo la dinámica en función de los solistas y el detalle exquisito.

La segunda parte comenzó con más animada levedad tras escuchar «Un americano en París» que, de la misma manera, tal vez podría haber refinado aún más, la obra se presta a ello en su agradable factura y el enorme potencial de la orquesta también, siempre teniendo en cuenta el nivel alto al que nos enfrentamos.

La última delicia compositiva fue la segunda suite de «Daphnis et Chloé» de Ravel, una obra maestra de belleza extraordinaria. El amor entre ambos personajes y, también el de Pan por Syrinx de fondo, de nuevo en el trasunto. Järvi es un director de dilatada y exitosa carrera que puede con casi todo, exhibió una contenida vitalidad gestual de plena eficacia, aunque creemos que en la contención de la masa sonora pudo haber hecho algo más. Como propina la «Farandole» de «L'Arlesiana» de Bizet. El amor de inspiración mitológica en Ravel, el de corte renacentista carnavalesco del Berlioz y el «imaginado» romántico de Brahms tomaron cuerpo sonoro, en muchos momentos de forma imponente.