La Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) cede su escenario a una orquesta invitada cada temporada, iniciativa que podría ayudar a completar la oferta de música clásica en Asturias con la presencia de formaciones españolas. En este caso, los últimos conciertos en Gijón y Oviedo de la Orquesta Sinfónica de Bilbao respondieron a un proyecto de intercambio entre ambas orquestas. Esta dinámica permite situar a la OSPA en la realidad sinfónica del país, al mismo tiempo que sirve como plataforma a la orquesta que, aun en un proceso de cambio, vive uno de sus momentos más dulces.

La Sinfónica de Bilbao abrió su programa con el preludio de «Kovanschina», ópera inacabada de Mussorgsky, que Shostakovich revisó según criterios originales en 1959, tras las dos versiones que realizara previamente Rimsky-Korsakov. El preludio de la ópera es una pieza exquisita, basada en variaciones de la canción folclórica rusa, que avanzan de forma gradual hacia el «Alba sobre el Río Moskva». Los sugerentes solos de las maderas destacaron en una interpretación que, sin embargo, no llegó a transmitir la calidez del alma rusa, con cierta inseguridad en la evolución de la obra. Nada que ver con el «Concierto para piano y cuerdas» de Schnittke, la parte más lograda del programa, con Emma Schmidt como solista.

De este modo, la Sinfónica de Bilbao volvió a acercar al público ovetense la obra de Schnittke, que en 1996 se presentaba por primera vez en las Jornadas de piano del Auditorio. El concierto presenta rupturas constantes que desestabilizan el discurso como símbolo de un conflicto interior, en un desarrollo poliestilístico en el que se advierte entre otras la influencia de Prokofiev y Shostakovich. Neuhold condujo con solidez a una orquesta mucho más precisa, con una cuerda flexible y un piano virtuosístico, en una versión de cuidados efectos armónicos y sonoridades más inquietantes que agresivas. No en vano, Neuhold y Schmidt -que tocó de propina la segunda de las «Danzas Españolas» de Granados, «Oriental»-, compartieron experiencia discográfica en 1994, grabando este concierto con la Badische Staatskapelle de Karlsruhe.

Precisamente, este disco se completaba con la quinta sinfonía de Chaikovsky, la última obra que la Sinfónica de Bilbao programó en su visita a Asturias. La «Sinfonía nº 5, en Mi menor, Op. 64», de Chaikovsky, ofrece, en un nuevo viaje interior ascendente, una reflexión acerca del destino y la capacidad del ser humano para sujetarse al mismo. En la obra destaca el dinamismo de la escritura orquestal, mediante la construcción orgánica de clímax, en una atmósfera compasiva y melancólica. La interpretación de la orquesta tuvo en cuenta estos aspectos, si bien podría haberse sacado más jugo a los movimientos extremos, en especial el «Finale», para así favorecer además su amplitud formal, un tanto desproporcionada, pero muy inventiva. En el segundo movimiento se acentuó el carácter lírico, con una destacada intervención de la trompa, mientras que el vals, elegante y equilibrado, presentó una parte central intrépida, correctamente articulada.