Espectacular colofón de la temporada de «Los conciertos del Auditorio» con la «Filarmonica della Scala» -orquesta fundada por Abbado para desarrollar el repertorio sinfónico como complemento de lujo a la ya mítica tradición operística milanesa- y la interpretación de la «Sexta sinfonía» de Mahler. Ha venido la nutrida formación italiana de la mano de Semyon Bychkov (San Petersburgo, 1952). El mismísimo Karajan dejaría caer el nombre de este director como un digno sucesor, aunque los caminos del señor son inescrutables, y Bychkov, finalmente, desarrolló oficio de orquesta en Buffalo, antes de comenzar a batirse el cobre sobre los principales escenarios de medio mundo. La imponente «Sexta sinfonía», monumento de formidables proporciones románticas a la estructura clásica, es Mahler sobre Mahler, quizás como en ninguna otra composición de su producción sinfónica, siempre creciente en intensidad y magisterio. Mahler sublima en ella hasta la extenuación sus obsesivos conflictos existenciales, la mezcla del espíritu trágico y las pinceladas banales presentes en su música que, casi inevitablemente, vuelve una y otra vez a la memoria del melómano como la interpretación estrictamente freudiana en la que estas dos facetas son en el compositor indisociables. Pero la «Sexta» atesora, además, uno de los tiempos lentos más hermosos de toda su producción sinfónica, su andante. Escrito en mi bemol mayor, es un refugio frente a la tonalidad principal que domina casi claustrofóbicamente la obra, como un «círculo cerrado de una tonalidad imposible de abandonar», en palabras de Marc Vignal. Su ensimismada belleza es una prueba de resistencia, de esperanza. Situado como tercer movimiento -tradicionalmente y desde su estreno lo fue como segundo-, adquiere aún más relieve ante la implacable potencia y proporción del finale. Destacó, a nuestro juicio, precisamente el andante, como el movimiento más compacto interpretativamente hablando. Magistral en todos los aspectos, en su trazo, en la sonoridad que tradujo la hondura de su pureza y sinceridad compositiva. Fue el mejor Bychkov en su penetración latente reflejo de la partitura. Frente a directores estrella de marcada personalidad escénica, Bychkov no acapara toda la atención, resulta más espontáneo en el planteamiento de sus premisas directoriales.

La interpretación de la «Sexta», con el despliegue de mimbres como los empleados y con músicos que conocen a la perfección el terreno que pisan -esta orquesta es un instrumento de enorme envergadura-, no puede resultar menos que grandiosa y hasta arrebatadora, aunque la fuerza sonora que libera en sí misma la propia lectura de la composición se vio en ocasiones desbordada. Bychkov pareció optar más por el impulso que por la precisión. Asombró más el desarrollo y puesta en escena de esta vasta composición -considerada por muchos como su mejor sinfonía-, que la calculada milimetría que separa lo muy bueno de lo excepcional. La casi imposible de abordar por sus dimensiones, planimetría sonora de la escritura de un enorme Mahler en lucha, no pareció lo más perfilado del cuerpo sonoro en la interpretación global de la obra que, como no podía ser de otra manera, resultó, insistimos, en todo momento impactante y sobrecogedora. Desde estas líneas permítaseme un recuerdo por el reciente fallecimiento del profesor de Prehistoria de la Universidad de Oviedo Juan Fernández-Tresguerres, incansable investigador, cinéfilo, de cultura literaria absolutamente infrecuente y un melómano erudito, poseedor de cualquier grabación imaginable. Entrañable y siempre discreto en lo personal, también los que después de cada concierto nos reuníamos con él para prolongar la velada musical le echaremos de menos.