Estaba claro que un director tan poco dado a los subrayados como Jeff Nichols no iba a abordar a la tremenda la dramática historia de los Loving: un hombre blanco y una mujer negra que comenten el gran delito de amarse y casarse en un territorio de Estados Unidos donde hacer algo así se condena con la cárcel. O el destierro. De hecho, la primera parte de la película mantiene a buen recaudo cualquier señal de racismo en el entorno de la pareja, como si esa lacra propia de gentes miserables y brutas no existiera y los Loving pudieran vivir amándose sin barreras.

Las tormentas tardan en llegar en el cine de Nichols, aunque vengan precedidas de sutiles señales escondidas entre los pliegues de una narración sosegada que se amolda a las personalidades de sus personajes con admirable precisión. Ella (una extraordinaria Ruth Negga): tan callada, tímida, necesitada de protección (véase su última frase sobre su marido en el resumen final de destinos que clausura la cinta) y, al mismo tiempo, llena de coraje y capacidad de sufrimiento. Él: tan enérgico en sus acciones como simple en sus reacciones, entregado en cuerpo y calma a la mujer que ama aunque eso le lleve a situaciones cada vez más denigrantes entre los que tienen su mismo color de piel pero una mente invadida por el estiercol.

Curiosamente, el trabajo de Nichols brilla especialmente en ese planteamiento minimalista de la situación y los primeros brotes de intolerancia y ruindad social, sin forzar nunca el drama ni siquiera con la música, pero decae cuando la historia se va por los laberintos de la justicia y se acerca peligrosamente a ese tipo de cine "basado en hechos reales" en el que las mejores intenciones suelen ser hostiles a los buenos resultados. Superado ese escollo que disminuye parte de la fuerza de la narración, Nichols vuelve a tomar impulso en el desenlace prescindiendo de la épica ejemplarizante para dejar un poso de melancolía y expectación tras el paso de la tormenta.