A «Verderrojo» ya no le apetecía jugar. Pasaban los días y seguía sin comer, no tenía apetito. Era un pingüino triste que se movía poco y con desgana, y ni respondía a los estímulos humanos. Era tan anormal su apatía, tan acentuada su indolencia, que su cuidador en el acuario de Gijón, donde vive junto a otros ocho ejemplares de su especie, decidió llevarlo a un veterinario. Algo importante le pasaba.

Javier Ruiz Estrada recibió el aviso una mañana de principios de junio. En «veintitantos» años de profesión había tratado (y curado) osos, chimpancés, serpientes, camaleones, canguros, monos e incluso a tigres, pero nunca un pingüino. Sólo después de aceptar el encargo, Javier reparó en un pequeño detalle: no tenía «ni idea» de pingüinos. Ni él ni los nueve veterinarios de la clínica hospitalaria Buenavista que regenta en Oviedo; así que buscó consejo, sin suerte, en varios compañeros de profesión. Nadie lo pudo ayudar; al fin y al cabo no deben existir muchos veterinarios que tengan experiencia con pingüinos. No le quedó otra, pues, que ser autodidacta y estudiar la anatomía de la especie a toda velocidad. Con un poco de suerte se apañaría.

Cuando observó la radiografía, Javier entendió el sufrimiento del animal. En la parte baja del estómago del pingüino se adivinaba con nitidez una moneda (ver foto adjunta). Llevaba allí un mes y era incapaz de expulsarla. Su extracción era urgente y parecía fácil, pero se complicó. La primera endoscopia resultó fallida. Se exploró la cloaca y ni rastro de la moneda. Entonces, Javier recurrió a internet y supo que, a los pingüinos, el estómago les llega hasta las rodillas.

Y, efectivamente, allí descubrieron, través de una segunda endoscopia por el esófago, los diez céntimos de euro que mantenían deprimido a «Verderrojo», apelativo que le asignaron por los colores de los aparatos que lleva amarrado al cuerpo para su identificación. El animal tardó varios días en recuperarse. Sufría intoxicación por cobre, material del que está formada la moneda y que afecta a la mayoría de las especies. Se le aplicó suero y se le hidrató, pero no colaboraba, inquieto, fuera de su hábitat. «Se quitaba las vías a manotazos», recuerda Javier. Así que, ya sin convulsiones, decidieron devolverlo al agua para que volviese a jugar. Y volvió a jugar, recuperado.

Por un visitante

El verdadero sufrimiento de «Verderrojo» llegó a partir de una intoxicación por cobre, material del que está hecha la moneda de 10 céntimos que se tragó. Javier Ruiz, el veterinario que lo operó en Oviedo, tiene claro que fue algún visitante del acuario quien tiró la moneda al agua «para llamar la atención» del animal. Ruiz cree que la gente debe «concienciarse» de que estas prácticas no se pueden hacer por insignificantes que parezcan. «La gente debe entender que si los animales no hacen caso es porque no les apetece, pero que es importante que no hagan eso porque puede ser muy grave».