Gijón, Eloy MÉNDEZ

Como el día ha amanecido nublado y el termómetro no supera los 22 grados, Amelia Fernández y Jaime González han cambiado sus planes de toalla y sombrilla a orillas del Cantábrico por una hora de paseo cultural en el piso descapotable del bus turístico de Alsa. Es la una en punto y ella sostiene, junto a la parada del puerto deportivo, los 22 euros que les permitirán subir y bajar del vehículo todas las veces que quieran hasta las ocho de la tarde. Llegaron a Gijón desde Madrid hace dos días y se van hoy; así que quieren conocer lo mejor de la ciudad en un abrir y cerrar de ojos. El conductor, Samuel Espeso, les comunica que han elegido el mejor medio.

«Mira, gente bañándose», le dice Samuel a su madre, María Elena Aguilar, mientras el autobús gira en la esquina que une Marqués de San Esteban y Juan Carlos I, frente al Museo del Ferrocarril y la playa de Poniente. La excursión apenas ha comenzado, pero «Samu» ya se ha quitado los cascos a través de los que el resto de pasajeros escucha las explicaciones de lo que ven y fotografían sin parar. De origen venezolano, madre e hijo proceden de Canadá, por eso han sintonizado el canal en idioma francés. Los hay en otras cinco lenguas: español, inglés, portugués, alemán y asturiano. «La calle de la Trinidad guarda un precioso conjunto artístico que alberga el Museo Juan Barjola...», dice la voz en off cuando el vehículo deja atrás los Jardines de la Reina.

Unos metros más adelante, entre la antigua pescadería y la capilla de San Lorenzo, aparece la playa de San Lorenzo. Los usuarios del bus se agolpan de repente junto a la cristalera desde la que se contempla el arenal. «Es una vista maravillosa, formidable; sólo por esto merece la pena pagar los 11 euros», le dice Casimira González a su marido, Jorge López, recién llegados de Segovia. «Samu» insiste: «Mira, mamá, más gente bañándose». Pero la panorámica dura poco tiempo. El martillo de la calle Capua tapa de repente el paseo del Muro y la voz en off continúa, ajena a la emoción que el mar acaba de provocar en la planta superior del autobús, con su retahíla de datos. «La ciudadela de Capua evoca la vida en las antiguas viviendas obreras de finales del siglo XIX...». «¿Donde está esa ciudade... ciudaqué?», le pregunta Jorge López a su mujer. «Pues no sé», responde Casimira González. Momentos después, se le ocurre la primera pega al viaje: «Va muy rápido, a veces no te da tiempo a ver todas las cosas que se escuchan por el aparato». «Bueno, tú haz fotos, que es todo muy bonito», la interpela su marido. Y ella dispara cinco o seis seguidas al mercado de San Agustín.

Por la calle Marqués de Casa Valdés, los turistas se relajan con la brisa que les da en la cara. «No echamos de menos el sol, por eso nos vamos de Madrid», comentan Amelia Fernández y Jaime González. Junto al parque de la Fábrica del Gas descubren un chigre que les llama la atención. «Gijón es una ciudad muy original, las sidrerías son establecimientos únicos», apunta la mujer, mientras se interesa por la dirección de la vía que ahora transitan, «para después venir a echar unos culinos». «Próxima parada, parque de Isabel la Católica», escuchan a través de los cascos. «Quédate con el nombre», le contesta su marido.

Después de una larga explicación de lo que fue, es y seguirá siendo para los gijoneses el gran pulmón verde de la ciudad, el autocar bordea El Molinón, «el estadio más antiguo de España», según advierte la voz en off. «Se nota, porque está un poco viejo», le dice Casimira González a su marido. «Normal, está en obras y cuando empiece la Liga todavía va a estar así», le responde él, que presume de sus amplios conocimientos futbolísticos: «El Sporting se salvó en la última jornada; tiene mérito porque pasta, no mucha», sentencia. Después, foto al legendario coliseo y la mirada puesta en el monte Deva. «Ya quisiéramos ese verde por Castilla», señala con tono litúrgico.

Los pasajeros se vuelven a quedar con la boca abierta cuando dejan atrás la Guía y vislumbran la espigada figura de la torre de la Universidad Laboral. Todos corren hacia adelante, como si compitieran por hacer la primera fotografía. «¿Te gusta, "Samu"?», le pregunta María Elena Aguilar a su hijo. «Sí, pero quiero volver a ver la playa», contesta él, erre que erre.

«Sólo por contemplar la playa de San Lorenzo merece la pena pagar los 11 euros que cuesta la excursión», asegura un matrimonio de turistas segovianos