Gijón, Raquel NOGUEIRA

Premiado como mejor director novel en la XXIII Edición de los premios «Goya», Santiago Zannou es hijo de un emigrante que llegó de Benín en 1970 y una aragonesa. Nació y se crió en el barrio madrileño de Carabanchel. A sus espaldas tiene la dirección de dieciséis videoclips y dos cortometrajes («Cara sucia» y «Mercancías»). Hoy impartirá una ponencia sobre dirección en el VII Curso de iniciación a la práctica cinematográfica, que se celebra en Centro Cultural Cajastur Muralla Romana.

-¿Cómo se dio cuenta de que quería dedicarse al cine?

-Para mí el cine es una manera de comprometerse con la vida, y así surgió todo. El detonante fue una carta que leí en el verano de 1999 de unos niños africanos que llegaron clandestinamente a Bélgica viajando en los bajos de un camión. Me emocionó tanto el afán de supervivencia de esos críos que decidí que debía escribir sobre ello y contárselo al mundo. Y no sólo lo que ellos habían vivido, sino las historias de todas aquellas personas sin voz que luchan todos los días por seguir adelante. Mi hermano mayor, que es productor de música, me apoyó para dedicarme al cine, pero tuve que trabajar como camarero, dependiente y un montón de cosas para pagarme la Escuela de Cine de Barcelona. Estudiar cine es muy caro y mis padres no se lo podían permitir.

-¿Cuál es su fuente de inspiración? ¿Tiene alguna película o director favorito?

-Sin ninguna duda, «Los olvidados», de Buñuel. Es mi director y mi película favoritos.

-Ha realizado dos cortometrajes, un largometraje y dieciséis videoclips. También es director y guionista. ¿Cuál de todas las facetas le gusta más?

-Si soy sincero, los cortometrajes que he hecho son pésimos. Se me da mucho mejor realizar largos, contar las historias de una manera más extensa. En cuanto a elegir entre escribir un guión y dirigir, me quedo con la segunda opción. Me encanta estar en las localizaciones de las películas, rodar, hablar con los técnicos, con los actores... Es lo que más me gusta de todo.

-Su primera película se llama «El truco del manco» y con ella ganó tres «Goya»: al actor revelación, a la mejor dirección novel y a la canción original. ¿Cómo surgió la idea?

-«El truco del manco» surgió de encontrarme personas en mi vida que tenían ganas de luchar, de contar algo y de expresarse. Y sobre todo que tenían ganas de trasladarles a las personas el esfuerzo, la lucha y lo que es la vida de la gente humilde. Empecé a escribir junto a Fernando Colomo y otros colaboradores, hasta que, después de cinco años, tuve el guión listo.

-¿Qué significa para usted este largometraje?

-Han sido cinco años de aprendizaje, de vivencias que no cambiaría por nada. Es una forma de observar un mundo que no podemos cambiar pero que sí podemos intentar golpear para tirar ese muro, para intentar hacerlo mejor. Para realizar esta película me he encontrado con personas que quieren hacerlo y eso es maravilloso.

-Ha ganado un «Goya», el premio más importante para un cineasta español. ¿La estatuilla tiene un lugar privilegiado en su casa?

-No me imagino a un poeta o a un pintor aspirando a conseguir premios y dinero cuando crean sus obras. Considero que el cine es una aspiración emocional más que económica o de galardones. Por eso le he dado el «Goya» a mi madre, como todos los premios que he ganado. Se los he dado a ella porque es una de esas mujeres, como muchísimas otras, que hacen que el mundo siga girando, de las que ponen los cimientos. Mi mundo es bonito gracias a ella y como mínimo puedo regalarle una estatua, para que la tenga ahí, se acuerde de mí y sea feliz cada vez que la vea porque piense que su esfuerzo y su vida han merecido la pena.

-¿Tiene algún nuevo proyecto en marcha?

-Soy un enfermo del trabajo. No puedo dejar de trabajar, el domingo es para mí el día más triste, así que tengo tres proyectos que van cogiendo forma. Una película sobre una prostituta de 50 años que es invitada a dejar la profesión, «Singer Lin». También un documental sobre la vida de mi padre, «La puerta del no retorno», y trabajo en una idea de un largo que se titulará «Ática 96», una reflexión sobre la discoteca madrileña.

El «Goya» y todos mis premios se los he dado a mi madre, porque es una de esas mujeres que hacen que el mundo siga girando. Mi mundo es bonito gracias a ella y como mínimo puedo regalarle una estatua para que al verla se acuerde de mí y piense que su esfuerzo y su vida han merecido la pena