Gijón, Raquel NOGUEIRA

A pesar de las nubes que decoraban el cielo de la madrugada de ayer y la luz de la Luna en cuarto menguante, las estrellas fugaces surcaron el cielo y se vieron en Gijón, haciendo realidad los deseos de quienes las esperaban en Deva. Las Perseidas, la lluvia de estrellas más conocida del mundo, se dejaron ver entre nubarrón y nubarrón, destacando sobre el resto de astros y constelaciones que adornaban el firmamento.

Las «lágrimas de San Lorenzo» -forma popular de llamar a la famosa lluvia de meteoros- y el planeta Júpiter -que brillaba más que nunca- se avistaron, no sin alguna pequeña dificultad, desde el observatorio astronómico del monte Deva. El multitudinario público que acudió al encuentro pudo disfrutar del espectáculo gracias a una pantalla gigante situada junto al edificio y conectada al telescopio principal.

El Ayuntamiento de Gijón dispuso de dos autobuses urbanos para trasladar a los fanáticos de la astronomía y a los curiosos espectadores de este fenómeno galáctico hasta el observatorio. Y, a su vez, muchas personas se acercaron en coche por su cuenta. El resultado de esa afluencia masiva fue tan inesperada para la organización, sobre todo teniendo en cuenta la nubosidad de la noche, que a pocos kilómetros del monte Deva se produjeron retenciones que retrasaron las llegadas de los autobuses más de media hora. Muchos valientes se enfrentaron a la oscuridad de la noche y abandonaron sus coches en la carretera o se bajaron de los autobuses para emprender, a pie, la marcha hacia el observatorio. Ya en el lugar, la cola para observar a las Perseidas desde los telescopios se hacía cada vez más larga. Tanto, que muchos decidieron tumbarse en el césped de los alrededores para contemplar el cielo y si tenían suerte y veían una estrella fugaz pedirle un deseo.

Las Perseidas no son simples luces o estelas en el cielo. Son partículas que han sido producidas por el cometa «Swift-Tuttle» al perder masa al acercarse al Sol. En la madrugada de ayer, la órbita de la Tierra se cruzó con una nube de minúsculos pedazos del cometa. Estos fragmentos, al entrar en contacto con la atmósfera terrestre, se queman, produciendo un rastro resplandeciente. A esto es a lo que se denomina estrella fugaz y lo que se pudo contemplar en la madrugada.

La lluvia de las Perseidas no es sólo uno de los espectáculos astronómicos más bonitos, sino también una fábula heredada de la Edad Media y el Renacimiento. Cuenta la leyenda que en el año 258 d.C. el emperador de Roma, Valeriano, tras ejecutar al Papa Sixto II, mandó al archidiácono entregar todas las riquezas de la iglesia que custodiaba. El joven San Lorenzo presentó frente a los romanos las reliquias, formadas por indigentes, ciegos, leprosos, huérfanos y enfermos. El gobernador romano se enfureció por el atrevimiento del diácono y le impuso el castigo más cruel que existía: ser quemado lentamente en una parrilla. San Lorenzo, mientras moría abrasado, lloraba en silencio. Sus lágrimas coincidieron con la lluvia de estrellas fugaces de las Perseidas. En ese momento, y sobre todo durante el Medievo y el Renacimiento, se comenzó a asociar la lluvia con las lágrimas, originando el popular nombre de «lágrimas de San Lorenzo».