13 de agosto. 4.ª de abono. Casi lleno.

Se han lidiado seis toros de Jandilla (el sexto con el hierro de Vegahermosa). Justos de presentación. Muy flojos los cuatro primeros. 4.º inválido. 5.º manejable y el 6.º, «Envidioso» n.º 17, negro, premiado con la vuelta al ruedo (se le pidió el indulto).

Miguel Ángel Perera (purísima y oro): palmas; ovación con saludos tras petición, oreja, palmas, dos orejas y dos orejas y rabo.

Llegaron «pereristas» a Gijón desde todas partes, en especial de su tierra natal. Badajoz, casi al completo, estaba ayer en El Bibio para ver la encerrona de su paisano.

Se derrumbó el cuarto en el ruedo y con ello las esperanzas de muchos. No estaba siendo la tarde como se esperaba. Hasta ese momento un quite por chicuelinas muy ceñidas en el segundo, los faroles de rodillas y las tafalleras del tercero. Eso y la voluntad de Perera, el saber estar y el querer romper la tarde con lo que estaba saliendo por toriles. Se reunían los fantasmas amantes del refrán taurino: corrida de expectación, corrida de decepción. Hasta que salió el quinto.

Agarró el capote el torero y por gaoneras enderezó la tarde. Perera no quería fracasar, eso es una figura, el que se niega a perder la batalla, el que no deja que se le vaya la tarde. No se me va, porque no me da la gana a mí, dijo Perera cuando con estatuarios en el tercio sacó con el de pecho un poco para afuera al de Jandilla. El toro tomó la muleta por el derecho, Miguel Ángel le dio sitio y tiempo, se cruzó y pasó. Aguantó dos tandas buenas por ese pitón. Tragó saliva Perera al natural. El toro, renqueante, le pasaba cerca y con la cara a media altura. Le sobró valor toda la corrida, eso es ser torero, hacer que el toro entre en la muleta porque hasta que no pasó no se movió el de Puebla de Prior. Manoletinas para gustarse y a matar. No hacía falta más. Estocada y dos orejas. Otro aire se respiraba en la plaza, y el gris de la tarde se convirtió sólo en el del cielo.

Quería más Perera. Tres faroles y a la verónica de rodillas, me levanto por chicuelinas y me vuelvo abajo para cerrar con una larga cambiada. Aquí mando yo, le dijo al de Vegahermosa. Aceptó el mandato el toro y fue por donde le señaló el maestro. Lo dejó vivo en el caballo y permitió a los sobresalientes intervenir en el tercio de quites (como hacen los toreros), por chicuelinas Álvaro de la Calle y a la verónica «Chapurra», pero la tarde era de un señor, Perera replicó los quites. Por saltilleras y tafalleras levantó a los peñistas que predecían algo grande.

Más aún cuando Miguel Ángel agarró los garapullos. De poder a poder y clavando en la cara. Cerró el tercio con un quiebro al hilo de las tablas. Sin descansar ni un momento se fue a los medios para brindar al público. Rodillas en tierra citó de largo, se desplazó el toro de Borja Domecq. Muy por abajo lo llevó pegado Perera a su muleta, se levantó y con el de pecho rompió la plaza. Encarriló el tren que había chocado con el jabonero cuarto.

Siempre por abajo, despacio, como la embestida del astado. Probó Perera a alargarle el viaje y repitió así otra tanda por el derecho. Aseguró en redondo la respuesta del público y cambió de mano. Más largo iba «Envidioso» por el izquierdo y más a gusto se encontraba el matador. Mañana tendrán que tapar el socavón que dejó Perera en el ruedo. No movió las zapatillas del metro cuadrado en que toreó al sexto. Vibrando estaba la gente cuando empezó el toreo con los circulares. Repetía el toro y allí tenía la franela del torero para seguirla, siempre se la puso en la cara y por abajo. Sin mentiras. Volvió a la izquierda y otra tanda más, veinte muletazos los llevaba el toro, eso sin contar los capotazos que le dieron al animal en quites. Por el derecho, al natural seguía engolosinando el diestro y el toro repetía con alegría. Rápido salieron los pañuelos blancos entre los olés del tendido a cada pase. Se pedía el indulto para «Envidioso», que nada tenía que envidiar a los petardos que tuvo por hermanos.

Decía Ortega y Gasset que quien quisiera saber cómo estaba el país se fuera a una plaza de toros. La crisis es evidente, no damos ni lo que no es nuestro.

Indeciso Perera, decidió dar muerte al sexto. Efectivo fue el espadazo del torero, se echó el toro y se pidieron los máximos trofeos. Menos mal que se desbocaron las mulillas, si no el momento hubiera pasado a los anales por algo más. Pero la historia llevaba firma exclusiva. Firmó Perera en El Bibio una tarde para hemerotecas. No se apartó de la cara de sus oponentes en ningún momento de la lidia. Atornillado al suelo pasó la encerrona. Nada se le puede reprochar. «Catedrático», le gritaron desde el tendido. Hoy, Perera ha creado escuela.