San Tirso de Abres,

T. CASCUDO

Al menos diez minutos tardaron los obreros de la malla santirseña en arrancar la vieja máquina de mallar. Cuando por fin la herramienta estuvo preparada para la faena, el público abrió la «Festa da malla do trigo» con aplausos. Una labor tan cotidiana antaño es hoy objeto de admiración para visitantes e incluso para los más jóvenes de la comarca que desconocen actividades como ésta. Por eso el trabajo que desempeña la asociación San Tirso del Eo es vital para la cultura comarcal.

La malla tiene por objeto separar el grano de la paja y es el remate final de un proceso que arranca en el campo de labranza con el cultivo del cereal. Aunque hoy apenas hay campos de trigo, siglos atrás fue fundamental para la subsistencia de la comarca. El presidente del colectivo, Ángel Prieto, lo recordó ayer en San Tirso al tiempo que animó a los visitantes a escuchar a los mayores y a aprender los secretos del trabajo comunitario. «Hoy trabajamos delante de ordenadores y no vemos la cara de la gente, antes en faenas como la malla era fundamental ver las caras de la gente para que el trabajo salga adelante».

La recuperación de la malla en el occidente asturiano es mérito del colectivo santirseño que hace ocho años empezó a investigar. «Escuchando a los mayores conseguimos recuperar una actividad como la malla y logramos que ahora puedan verse en diferentes puntos del Occidente», comentó Prieto.

Fueron muchos los que ayer se acercaron al área recreativa de San Tirso para asombrarse con el proceso. Una actividad en el que participaron unas treinta personas, cada una con un papel predefinido y asimilado que ejecutaron como actores de una gran función.

En lo alto de la meda (nombre que se le da al montón de trigo almacenado el día antes de la malla) un hombre puso el ritmo a la faena lanzando los colmos (haces de trigo atados con el propio cereal) que otros dos compañeros introducían en la máquina. Por su parte, las mujeres se ocupaban de rescatar el grano que salía por la parte trasera de la máquina, recogiéndolo en cestos que luego llevaban a otra máquina para su limpieza. Este grano servía antaño para elaborar el pan de trigo, elemento vital en muchas mesas de la comarca.

El resto de participantes se dedicaba a controlar el proceso, atendiendo la máquina, limpiando la zona y recogiendo la paja resultante. Porque si algo sobresale en la malla es el aprovechamiento de todos los elementos del proceso. Por un lado el grano, usado para la alimentación vecinal y por otro la paja, alimento del ganado.

A las treinta personas participantes en la malla hay que añadir otra veintena dedicada a la cocina. Tras el trabajo todos se reunieron en torno a la mesa para degustar un menú tradicional a base de cocido.

Algo que llama la atención a las nuevas generaciones es la habilidad de los antepasados para combinar el trabajo con la fiesta. La malla del trigo era todo un acontecimiento, en el que se sudaba la gota gorda pero en el que todos disfrutaban. Buena comida y buena compañía presidían las jornadas estivales de la malla en las que siempre hubo tiempo para confidencias, risas y, por qué no, también amoríos.

Para el visitante, la malla es un viaje al pasado, para los mayores de San Tirso un reencuentro con él. Lo bueno es que, unos aprendiendo y otros enseñando, todos disfrutan de la fiesta.