Tapia de Casariego,

T. CASCUDO

«Empezamos a juntarnos para jugar al ping-pong y acabamos montando un guateque». Ese fue el comienzo de una historia de juventud que protagonizaron, en plena década de los sesenta, siete jóvenes tapiegos. Se reunieron para crear un club cuya finalidad no era otra que encontrarse con los amigos y pasarlo bien. Más de cuarenta años después han vuelto a citarse para rememorar viejos tiempos.

Se citan a mediodía y todos llegan puntuales. Son Javier y José Emilio Reiriz, Rubén Martínez, Severino Sánchez, César Fraga, Antonio Cando y Germán Tejerina. O lo que es lo mismo los fundadores e integrantes del «Club 7 amigos». No saben precisar con exactitud el año en que lo crearon, aunque sí que su único objetivo era el de pasar el tiempo entre amigos. Los siete -vecinos del barrio tapiego de San Blas- eran por aquel entonces adolescentes de entre 16 y 17 años.

José Emilio llega a la cita con una imagen realizada en la playa de Tapia. La fotografía fue tomada por el fotógrafo Everardo Fernández Cadenas -conocido como El Súcaro- en el año 1966 en una de las últimas reuniones de los siete jóvenes. Décadas después han vuelto a la playa a repetir la instantánea y lo han hecho de la mano de otro fotógrafo tapiego, Jaime F. Pola. «Fíjate que es un posado como los que hacían los grupos de música de entonces. Empezaba a llevarse el tema de los posters y quisimos hacer el nuestro».

Pero su centro de operaciones no era la playa sino el bajo de la casa familiar de Germán Tejerina, promotor del club. El guateque, que funcionaba como una especie de sala «clandestina», se celebraba en fin de semana y se prolongaba durante horas, de seis de la tarde a diez de la noche. Eso cuando las madres de las chicas que los acompañaban así lo permitían: «Venían a buscar a las nenas a la puerta, no se fiaban de nosotros», bromean. Dice Germán que tampoco había fecha fijada para celebrar la fiesta y añade entre risas: «Fíase condo chovía. É que antes chovía muito».

Y es que el club tuvo inicios estrictamente masculinos pero acabó abriéndose a la música y las mujeres. Se hacía bote para comprar la bebida, una especie de garrafón en el que mezclaban todo tipo de licores, y se ponía música. Los guateques vivían entonces sus momentos de esplendor en las capitales y a través de los veraneantes -cada vez más asiduos a la villa- se fueron haciendo hueco en los pueblos, desplazando el éxito de los salas de música en vivo. «Aquí era todo con discos, bebida y a bailar», explican.

Fans de los Beatles, Los Brincos y el mítico Salvatore Adamo, cuentan que tuvieron la suerte de disponer de un tocadiscos, uno de los pocos que había por aquella época en Tapia. Poco a poco y gracias a Germán -el más melómano de todos- se fueron haciendo con discos y con las últimas novedades del mercado. No había normas en el guateque salvo una: el fin de la noche lo marcaba la pieza «Melancolía» .Y aclaran: «Sonaba dos veces y poníamos fin a la noche». Cuenta Germán que a esa hora apenas había luz ya en la sala lo que hace recordar a su tía, que siempre le decía: «Neno, cada vez gasto más en luz y aquí se ve menos». El tocadiscos aún funciona y también se conserva intacto el local y la decoración que ellos mismos prepararon. Pósters de grupos, los nombres del club e improvisados graffitis dan vida a un espacio donde llegaron a juntarse hasta 40 personas. Lo recuerdan con cariño porque, sobre todo, eran años de juventud y esos, dicen, nunca se olvidan.

No había fecha fija para celebrar las fiestas, pero solían empezar a las seis de la tarde y terminar a las diez de la noche