El chaparrón caído a las ocho de la tarde no logró deslucir el concierto de Isabel Pantoja, celebrado en la noche del sábado en el patio de la Laboral. El respetable, armado de paraguas, optimismo y ganas de aplaudir a su diva, casi llenó el magnífico recinto. Gran escenario, pantallas laterales, buena orquesta y un ballet como acompañamiento. En una palabra, un montaje por todo lo alto. Y empezó la función a través de una voz que iba relatando los encantos de Sevilla; era el preámbulo para que la estrella apareciera en el escenario para interpretar «Nací en Sevilla». Muy bien peinada, con la melena recogida hacia atrás, un traje precioso estampado en flores rojas, y excelente voz. Lástima que los cajones de la amplificación del sonido taparan la mitad de su figura, sólo liberada cuando la cantante en sus idas y venidas sobre las tablas se situaba en los extremos de éstas.

Las intervenciones del ballet, acompañadas de piezas tan célebres como «Sevilla», de Albéniz, el «Zapateao» de Sarasate o «La leyenda del beso», era aprovechadas por Isabel Pantoja para cambiar de traje. Hasta seis modelos lució. Al estampado del inicio seguiría uno blanco, bordado en pedrería, quizá el más bonito de la serie. Un tercero rojo, precioso; un nuevo modelo en tonos marrones, acompañado de capote torero, chal de encaje o mantón de flores, según requiriera la copla. El quinto era un traje de novia, blanco, muy andaluz y sin velo. Por último, Isabel Pantoja cerró el espectáculo ataviada con un sobrio vestido negro. En conjunto un gran vestuario, así como el correspondiente al elenco femenino del ballet.

En realidad, creo que hubo más variedad en la presentación que en la música. Ocurre que cuando se ha escuchado la cuarta copla todas comienzan a parecer iguales, aunque ella, la cantante, derroche energía, talento y buen gusto. Es un género que necesita partituras muy especiales, sin duda nada fáciles de escribir. Obviando la popularidad de «Capote de grana y oro», que no es de ella, o la calidad de «Feriante» -«que nací para quererte y no puedo ser tu amante»- , poco más podemos destacar del programa, exceptuando su «Marinero de luces», la canción más hermosa de Isabel Pantoja, la que irá unida a su carrera para siempre.

Dadas las características de la artista, su gran voz, debería esforzarse en buscar títulos clave, propios, que la lancen a primera línea de éxitos. Rocío Jurado, por ejemplo, tenía un repertorio tan largo como célebre que en su día arrasó en las listas de ventas, «Como una ola», «Si amanece», «Señora», «Mi amante amigo», «Amor marinero»... Al final, Isabel Pantoja recurrió a una versión de «A mi manera» de Frank Sinatra. Insisto, le faltan más marineros de luces, y suponemos que sabrá donde buscarlos.

El fondo del escenario fue, por medio de un vídeo, recordando la vida de la artista, con fotografías de su infancia, de su familia, de las primeras actuaciones siendo aún una chiquilla, de sus momentos más entrañables con el que fuera su marido, Paquirri, la boda, su hijo... Mucho ambiente taurino, la clásica figura del torero haciendo el paseíllo, varios cuadros de Romero de Torres, la Chiquita Piconera... Parecía que la vida de Isabel Pantoja se había terminado ahí. El público insistió en llamarla guapa, y lo está, sabe sacar un gran partido a su figura; tiene un escote bonito y lo luce por medio de amplios cortes horizontales. El público puesto en pie la aplaudió largamente, pero no hubo más bis que una breve «Salve rociera».

El público insistió en llamarla guapa, y lo está, sabe sacar un gran partido de su figura y su bonito escote