Entre los juegos más animales que recuerdo de la infancia hay uno que a mi querida prima la pequeña debió de hacerle cierto daño. Ella, que llegó ya casi en el descuento, intentaba unirse a los juegos de mayores, pero la pobre acabó siendo objeto de todo tipo de experimentos en nuestras manos, en aquella especie de garaje donde los mayores nunca bajaban y había licencia casi, casi, para matar. Hubo un tiempo en el que nos dio por cebarla a comer una especie de pienso con olor a vainilla que mis tíos utilizaban para sacar adelante una «xatina» que no quería leche de su madre. Mi prima comió de aquello a cucharadas. Ahora, 28 años después, miro para ella aún con el arrepentimiento de aquellas tardes y cada vez que analizo que mide poco más de metro cincuenta pienso si sería por culpa nuestra... Que la cebamos cual vaca ratina cuando no era más que una parvularia. ¿O será que teníamos que darle más ración? En todo caso, mil perdones, Ceci.