Gijón, Susana F. SERRÁN

Televisión, cine o teatro. Alfredo Cernuda ha conquistado todos los frentes de la interpretación. Residente en Madrid desde pequeño, nació en el pueblo de La Mortera, en el concejo asturiano de Valdés. Conocido popularmente por encarnar a Roberto en las «matrimoniadas» de «Noche de fiesta», en 2010 fue nombrado «Vaqueiro de honor» por su primera novela, «El soñador ajeno». Ahora se atreve con la novela negra en «La amante imperfetca».

-¿Cómo alguien que viene de las brañas asturianas acaba saliendo en películas de Garci?

-Es muy rocambolesco todo. De hecho, nunca pensé en dedicarme a ser actor. Cuando tenía dieciséis años y trabajaba como botones en una empresa de Madrid me enteré dónde había una compañía de teatro amateur. Empezamos a representar obras y me vio un representante, que luego me cogió como actor. De ahí salió mi primera película, «Hijos de papá» (Rafael Gil, 1980).

-¿Fue algo no planeado?

-Más que planearlo, fue un poco sin soñarlo. Yo vengo de una familia humilde de las brañas, y pensar que vas a llegar a eso no te cabe en la cabeza. Luego te das cuenta de que el mundo, cuando sueñas, es mucho más abierto.

-¿Y no le gustaría haber sido un verdadero vaqueiro en vez de actor?

-Bueno..., a mí la vida en el campo me entusiasma, y sé que mi futuro es vivir aquí. A ser posible, en una casa cerca del mar, porque yo necesito el mar.

-¿Quién es la «Amante imperfecta»?

-Eso no se puede revelar, pero sí puedo decir que es una redundancia, porque si eres amante no eres perfecta nunca. Son perfectos quince días; a partir de ahí empezamos a exigir un poquito más.

-Su primera novela fue un retrato de la geografía asturiana. En esta ocasión viaja hasta Zimbabue. ¿Por qué ese país?

-Porque es terrible lo que está pasando allí. Una de las principales tramas de la novela radica en el tráfico de órganos. En ese país están haciendo verdaderas barrabasadas; hay un señor en el Gobierno y nadie dice nada porque, como hay petróleo, no molesta. Nosotros tampoco hacemos nada para evitarlo. Me parece que Occidente tiene una deuda muy gorda con África, una deuda que la vamos a pagar nosotros.

-Llama la atención que la novela esté dividida en fragmentos.

-Sí, es que está escrita muy cinematográficamente. De hecho, hay un director al que le ha gustado mucho y que ya se está poniendo en marcha para llevarla a la gran pantalla. Yo he sido actor de doblaje y tengo quizá una mente embriagada de cine. Escribes en espacios cortos, como si fueran escenas de una película. En una novela de intriga lo principal es no aburrir y también tiene que haber un sitio donde dejar de leer.

-Volviendo de nuevo al teatro, ¿qué opina de la situación del sector profesional en Asturias?

-A mí, el teatro amateur me parece algo genial, pero lo que no puede ser es que se ocupen teatros (no sólo en Asturias, sino en toda España) con grupos amateur que cobran la entrada y que después impiden que profesionales puedan ir a hacer esa labor. Hay un concepto de cultura gratis que se ha confundido radicalmente. Se han cargado las giras, las compañías... Ahora mismo sólo se ven las obras que el concejal de Cultura quiere que se vean.

-Si tuviera que hacer una obra de teatro absurdo, ¿quién sería su protagonista, Álvarez-Cascos o Álvarez Areces?

-Sin duda, la política me asombra cada vez más, y los políticos de este país es para que los echemos a gorrazos. Tanto de un signo como del otro. Aunque lo de Cascos es sorprendente. «Chapeau» cómo consigue celebrar dos elecciones y que se lo consientan. Aunque el problema no es Cascos, o Rajoy o Rubalcaba, el problema son los españolitos, que aguantamos eso.

-¿Qué significa el hecho de poder acudir a la «Semana negra»?

-Yo me siento asturiano antes que madrileño, y por eso es muy importante estar estos días aquí. Cada vez que vengo a Asturias es un orgullo. Significa encontrarme con familia y es volver a mi infancia. A pesar del clima, cuando pasas el Negrón se te queda la boca abierta y piensas que es lo más bonito del mundo.

«Volver a Asturias es volver a mi infancia; cuando paso el Negrón pienso que es lo más bonito del mundo»