Gijón, J. L. ARGÜELLES

«Nunca sé cómo hacer un cuadro. La idea me viene -o no me viene- trabajando». La confesión es de Francis Bacon y la recoge el crítico y escritor Franck Maubert en «El olor de la sangre humana no se me quita de los ojos», libro de conversaciones que acaba de publicar Acantilado. El catalán Benjamí Tous (Lérida, 1949) no parece tener el problema que acosaba al artista inglés, aunque puede ser, también, que su permanente estado creativo le haya permitido hasta ahora ignorar esa encrucijada: la inspiración le sorprende siempre laborando, así que da la impresión de saber en todo momento qué hacer, cómo resolver el cuadro. «Para mí, pintar no es ni un trabajo ni un hobby, es una forma de vivir...», ha escrito en sus diarios.

Hay en casi todo lo de Tous una gozosa seguridad que no parece impostada. Sea así o no, lo cierto es que pocos pintores de su talento son capaces de mostrar su trastienda, la cocina de su arte, ante un público de coleccionistas y aficionados, como quien hace y comenta un guiso para la audiencia. Una sesión de «pintura acción» no es lo mismo, claro; de ahí la dificultad. Lo cierto es que Tous aceptó el reto de pintar una palmera veraniega en la gijonesa galería de El Arte de lo Imposible, delante del público, enseñando los pasos, las transiciones, el camino casi completo que sigue en su taller barcelonés, cuando trabaja en soledad. La mayoría de los pintores, salvo los de paisaje o calle, rechazaría una propuesta así: ¿quién enseña su juego de cartas antes de que se abra la partida?

«Sí, los pintores no se dejan ver mucho», afirma Tous, que se siente a gusto en Gijón (su madre nació en Lavandera), mientras confiesa ante sus atentos espectadores que a él, actor en años juveniles, «el público le pone». Es la segunda vez que expone en El Arte de lo Imposible, donde, junto a sus «escobas» (uno de los temas a los que vuelve una y otra vez), ha traído tres lienzos que evocan otras tantas palmeras en primavera, otoño, invierno. Ahora, sin embargo, se trata de crear desde el silencio de la tela en blanco el árbol del verano.

Tous, cuya pintura transmite por lo general una jovialidad instantánea, parte de un gesto hecho casi al desgaire: traza con el lápiz una raya horizontal y nerviosa. Y recuerda, de pronto, la lección de Braque sobre el azar como factor indispensable, aunque tiene claro que en su palmera veraniega dominarán el rojo y el negro, quizás en homenaje a Stendhal. La literatura es una de las pasiones de este catalán que también cultiva el cómic (Eloi es creación suya): pinta al mismo tiempo que habla del «Ulises», de Joyce, o de la muy razonable reivindicación de un «cuarto propio» que dejó Virginia Woolf.

El artista explica algunas de las técnicas de los maestros del expresionismo abstracto, el «dripping» (goteo de pintura) o la «pintura corrida», que él utiliza para su palmera de verano. Recurre a esgrafiar el óleo, se deja conducir por inspiraciones e intuiciones que va dejando en el lienzo hasta que el cuadro va surgiendo. «Todo esto no se puede hacer cualquier día, porque es algo que requiere intimidad», subraya.

A Tous le ocurre lo mismo que le pasaba a Pessoa: es la suma de varios artistas simultáneos que pugnan por expresarse. El poeta portugués inventó los heterónimos para dar cauce a toda aquella lírica de voces tan distintas, clásica una o futurista la otra, mientras que el catalán ha optado por firmar sus cuadros con nombres diferentes para encauzar sus muchos registros: «Es necesario relacionar todo con todo, todo sale de mi vida, una vida en algunos momentos muy diferente porque nunca me cierro puertas, más bien las abro...». Y por esa apertura llegó un verano con palmera.

El artista arroja pintura sobre el lienzo al tiempo que habla del azar según Braque o de Joyce y su «Ulises»