Oviedo, Santiago CID

«La novela está escrita con inspiración y arte; no parece la obra de un principiante, sino de un novelista hecho y derecho». Así describió Armando Palacio Valdés la obra de Juan Ochoa Betancourt «Un alma de Dios» en una carta al escritor y que Clarín incluyó en uno de sus «Paliques». El libro será distribuido mañana junto con el periódico del día, dentro de la colección «Biblioteca de autores asturianos», al precio de 2,95 euros.

Juan Ochoa (Avilés, 1864-Oviedo, 1899), escritor del realismo del siglo XIX, era hijo de la cubana María Cleofé Betancourt y del avilesino Fernando María de Ochoa, que fue alcalde de Avilés y también diputado provincial.

Con tan sólo 10 años, Ochoa se trasladó a Oviedo, donde estudió Bachillerato y cursó Derecho, aunque nunca ejerció la profesión de abogado. Su verdadera vocación era el periodismo. A los veinte años, comenzó a escribir en varios periódicos locales y revistas, entre ellos, «El Liberal Asturiano», «La Sinceridad», «Ecos del Nalón» o «Revista de Asturias». Por este tiempo en el periódico ovetense «La Libertad», aparece la sección «Parola», en la que Ochoa -bajo el seudónimo de «Miquis»-, escribe con un gran ingenio y sentido irónico.

Juan Ochoa fue amigo de Clarín. Nunca disimuló la admiración que sentía por él, quien le aconsejó ir a buscar a Madrid la confirmación definitiva de sus cualidades literarias, donde comenzó a escribir en periódicos como «El Progreso» o «El Imparcial».

Ochoa es autor de una producción literaria breve, pero de una calidad excepcional y un estilo muy personal. Además de los artículos en los periódicos, publicó doce cuentos y tres novelas cortas.

Con sólo 30 años, contrae tuberculosis, y decide volver a su tierra. A partir de 1894, publicó sus tres novelas. «Su amado discípulo» y «Los señores de Hermida», publicadas inicialmente en la revista «España Moderna», fueron las dos primeras. Entonces ya está muy enfermo, y en 1898, un año antes de su muerte, publica «Un alma de Dios», con la que el avilesino consigue el triunfo más importante de su carrera literaria.

La obra es una expresión de la vida de seres vulgares a los que se trata con cariñosa solicitud. Justo Cancienes, un empleado de la Diputación, invita todos sus vecinos y amigos al bautizo de su primer hijo. Entre los invitados se encuentran Ambrosio Reboleño y su esposa, Rafaela, que regenta un comercio de loza, situado en el bajo de la casa, y doña Sofía y su hija Carmencita, que ocupan el tercero, donde vivió en su día Justo Cancienes como huésped hasta que conoció a Marcelina Llanos, viuda, que vivía en el segundo piso. Cancienes conoció a doña Sofía en las partidas de lotería organizadas por los vecinos. Se casaron y el matrimonio se instaló en el piso en que hasta entonces había vivido sola Marcelina.

Al bautizo también asiste Tomás Cornellana, diputado provincial, cuyas relaciones con Marcelina traen a mal traer a Rafaela.

Tras la fiesta, Cornellana sube el sueldo de Cancienes y le nombra gobernador de una importante provincia. Las cosas en casa de Justo a partir de este momento comienzan a ir mal. El dinero no les llega y las rentas que Marcelina cobraba por unas tierras que le administraba Cornellana han desaparecido.

Cancienes sospecha que algo raro está pasando, y la suposición se confirma cuando un chico le grita hasta el balcón en que está asomado palabras revelando el engaño del que es víctima por parte de su esposa.

Ochoa solicitó la ayuda de su amigo Clarín para conocer la opinión de novelistas y críticos consagrados de la época sobre la obra. Así que Leopoldo Alas escribe a varios de sus amigos. Éstos, en su respuesta, no escatiman los elogios hacia «Un alma de Dios».

«Está escrito con talento, gracia y arte», señaló Pereda. Galdós mostró su satisfacción, aunque no fue muy explícito: «Me gustó mucho, pero mucho». Palacio Valdés también elogió la obra: «Está escrita con inspiración y arte. La acción bien conducida y en interés creciente, los tipos bien dibujados, sobre todo el del protagonista (el de D. Ambrosio toca demasiado en la caricatura) y el aroma que despide la novela dulce, profundamente moral, sin mojigaterías necias». Sin embargo, se mostró crítico con el estilo de Ochoa: «Me parece recargado. Demasiados símiles y metáforas» aunque «la novela me ha gustado mucho y es augurio de otras muchas buenas».

«Un alma de Dios», es, sin duda, la obra de mayor resonancia de Ochoa.

Juan Ochoa nació en Avilés el 4 de noviembre de 1864, y fue el menor de los cuatro hijos de Fernando María de Ochoa -que fue alcalde de Avilés y también diputado regional- y María Cleofé de Betancourt. Estudió Derecho en Oviedo, pero nunca ejerció como abogado, sino como periodista y escritor. Comenzó a escribir en varios periódicos locales y después se trasladó a Madrid en busca del éxito con el apoyo de su amigo Clarín. Asimismo, también publicó doce relatos y tres novelas breves. Entre ellas, «Un alma de Dios».

«La novela se distingue ante todo por el arte de proporción y equilibrio, por la naturalidad y sencillez», dijo Clarín en el «Palique» publicado en «Madrid Cómico». «Un alma de Dios» se publicó el 20 de enero de 1898. La obra conserva los elementos sobre los que Ochoa sostiene su novelística. «Un alma de Dios» es la expresión de la vida de seres vulgares a los que de nuevo se trata con cariñosa solicitud. La novela consiguió artículos elogiosos de Tomás Carretero y Rafael Altamira. Asimismo, el periódico «Gedeón» también reconoció su mérito. Con la publicación de esta obra, Juan Ochoa consigue, sin lugar a dudas, el triunfo más importante de su carrera literaria.