Villaviciosa,

Luis Mario ARCE

El poblamiento del concejo de Villaviciosa se ha organizado, desde sus primeros asentamientos, hace entre 8.000 y 10.000 años, en torno a la ría. A través de sus aguas se desarrolló un intenso comercio y en sus orillas se asentó una importante industria agroalimentaria basada en la sidra y en la leche. La ría ha dado pesca y caza, energía (para los molinos de marea o «encienas») y paso (a la navegación), tierras de cultivo y de pasto (los «porreos», antiguas zonas de marisma rellenadas y desecadas). Ha sido, históricamente, la fuente de la vida de una villa y un concejo. Hoy, la ría de Villaviciosa es un referente de la naturaleza de Asturias y su importancia trasciende fronteras: está considerada como uno de los humedales costeros más importantes del Cantábrico, por sus comunidades vegetales y por su capacidad de acogida de aves acuáticas migratorias, y ha obtenido el reconocimiento internacional del Convenio de Ramsar.

La ría vive del encuentro de las aguas del río y las del mar, de su mezcla, origen de un ambiente salobre que sostiene una amalgama de hábitats, cada uno de los cuales ofrece distintas oportunidades para establecerse a plantas y animales. Diversidad es una palabra clave al hablar del estuario: aquí viven 183 especies vegetales, 282 invertebrados (principalmente moluscos), 78 peces, 10 anfibios, seis reptiles, 299 aves (164 vinculadas al medio acuático y, el resto, en el entorno) y 38 mamíferos. Esto es lo que protege la reserva natural parcial de la ría de Villaviciosa, cuyo emblema es el zarapito real (el «algaraván», para los ribereños), un ave limícola que anidó en la ría hasta la década de 1970 y que reúne aquí una población invernante de importancia nacional.

Las aves son, precisamente, el mayor atractivo del estuario, sobre todo en invierno y en las épocas migratorias. Al lado del zarapito real, cuyo trino es «la voz» de la ría, destacan especies como el águila pescadora, con un ejemplar invernante («Ben») de septiembre a marzo, desde hace seis años (contando con su llegada el mes próximo, como siempre en torno a las fiestas del Portal); la cigüeñuela común, la última colonizadora (anidó por vez primera hace tres años); el carricerín cejudo, un pequeño paseriforme amenazado globalmente que cada otoño pasa por la ría en el arduo viaje entre sus áreas de reproducción en Bielorrusia y otros países del este europeo y sus zonas de invernada africanas; el avefría europea, la «pegueta», que en inviernos crudos llega por miles desde Centroeuropa, y la espátula o «paletón», que cuenta con este humedal y los de Santoña (Cantabria) y Urdaibai (País Vasco) para hacer escala en su periplo entre los Países Bajos y Mauritania y Senegal.