«Yo tenía siete años, volvíamos de Barcelona y mi tío ponía aquella cinta todo el rato, "Born in the USA" por una cara y el "Brothers in arms" de los "Dire" por la otra. Me debió de molar, porque años después me di cuenta de que me sabía todos los "shalalás" de aquel disco». La historia del músico Pablo Valdés no difiere mucho de la de Jorge Otero, líder de «Stormy Mondays» y privilegiado seguidor del Boss por haber logrado compartir una vez escenario con «El Hombre». Jorge suma que en aquellos años, los ochenta, había también un conocimiento de «The Boss» a través de la televisión. «Salía mucho, en todos aquellos vídeos».

El cocinero Pedro Martino, dueño de El Naguar, local donde se desarrolla esta charla preconcierto entre cuatro seguidores del de New Jersey, saca a relucir aquel de la antibelicista «War». «En la que decía aquello de "tener fe ciega en un líder o ser un fanático os puede llevar a la muerte" y yo pensaba, jo, pues yo en este tío sí que tengo fe ciega».

Más que los vídeos, de todas formas, la revelación definitiva le vino a Jorge con la caja de los cinco vinilos que recogían diez años de directo, de 1975 a 1985. «Ahí te haces una idea de lo que era Springsteen en el mejor momento de su carrera». «Sí, siempre fue un tío de directo», coinciden todos, y sale rápido la anécdota de que no sabía grabar en estudio y que cuando le dieron la mezcla del «Born to run» lo tiró por la ventana.

Aquella caja de los directos también está en la memoria de Gaspar Cayarga, cuarto de cinco hermanos -con los que conduce la empresa Les Camisetes- que le inculcaron el amor a la música y gracias a los que llegó a aquellos cinco vinilos que venían, se acuerda, «con aquel libreto y aquellas fotos de aquellos tíos todos abrigados». Después tuvo la suerte de que lo llevaran con sólo 13 años al primer concierto de Gijón, en 1993. Fue con un amigo, Aníbal, y hoy, veinte años más tarde, volverá a acompañarle para ver al Boss.

Eso, dicen los cuatro, es lo más interesante de Bruce ahora, verlo en directo. Algo desencantados de los discos que graba, no lo son de sus espectáculos en vivo, a juzgar por las cifras de recitales, notables, que acumulan. La media en esta mesa está entre siete y ocho conciertos del Boss. Pero el anfitrión, Pedro Martino, se la salta con catorce veces delante de Springsteen. «La mejor», certifica, « fue el acústico de "The Ghost of Tom Joad", sólo dos mil personas, en segunda fila». Martino también fue el que primero lo vio de los cuatro, posiblemente en 1988, siete años más tarde de aquel primer concierto en España, el «21 de abril de 1981». Lo saben porque la fecha da título a una canción de Sopeña para Loquillo, que a la semana siguiente del concierto se marchó a hacer la mili.

Caen las cervezas y los seguidores, a riesgo de que los estrictos fans de Springsteen les crucifiquen, ponen en duda algunos de los sacramentos de Springsteen: «Por qué se para a grabar canciones por ahí», «qué necesidad tiene», «le están exprimiendo las compañías», «está metiendo en la banda a los músicos que no son los adecuados», «por qué no se pone serio con su música también en los directos». El grupo ofrece también algunas respuestas a estas dudas, como el «eterno espíritu de contradicción» de Bruce. Y alguna certeza.

Ante las dudas de Jorge Otero, que admite que el «Boss» «tiene derecho a hacer lo que le dé la gana», aunque eso no sea siempre lo que a él más le guste como público, Pablo Valdés insiste en que a este paisano de New Jersey «lo que le van es lo de darse baños de multitudes». «En serio», sigue Pablo, «es que creo que eso es lo que le mola, pillar el micro y meterse ahí en medio de la peña». Pablo Valdés encara ese repertorio, con su «sección de karaoke, muchos estribillos, que también ayuda a contentar a muchos», puntualiza Gaspar, con cerveza y unos cuantos amigos. E invita a Jorge a sumarse a la pandilla, con la seguridad de que ese plan impedirá cierto agobio que el de «Stormy» siente ante la perspectiva de estar viendo el concierto por las pantallas junto a otras 30.000 personas. La otra oferta se la da Pedro Martino. Él se preparará una tortilla española y la compartirá en el césped con los amigos. Y se dejará llevar por el recital sin ponerle demasiadas exigencias al jefe. «Con sacar tres o cuatro canciones de toda la noche me doy ya por satisfecho». Sea.