El efecto Springsteen fue muy intenso, pero concentrado. No hubo una gran onda expansiva hacia las zonas habituales de marcha nocturna en la ciudad, donde no se notó una masiva presencia de los más de 30.000 espectadores que llenaron El Molinón. El concierto terminó pasada la una de la madrugada, lo que quizá forzó a muchos trabajadores a retirarse a descansar. Otros tantos se quedaron en los locales de los alrededores del estadio o en zonas cercanas. Sólo los más ávidos de jarana se acercaron a Fomento, El Carmen y Cimadevilla, habituales áreas de fiesta, tras el recital del Boss, de tres horas y media.

Ricardo Álvarez, presidente de la Asociación de Hostelería, hace un balance «positivo» del paso del Boss. «Nos visitaron de todas las comunidades autónomas, dejaron su dinero en Gijón, llenaron hoteles, restaurantes y tomaron copas y vinos. Se movilizó la hostelería como hacía tiempo que no se veía», asegura. Álvarez espera nuevas citas como la de Springsteen porque «nos ayuda en estos momentos en que llevamos arrastrando tanto tan negativo».

Sin embargo, la movilización en el sector hostelero se concentró, sobre todo, en los alrededores del estadio, donde miles de fans se pasaron la mayor parte de las horas haciendo cola. Un claro ejemplo fue el supermercado situado en los bajos del estadio, adonde acudieron miles de ellos a abastecerse con bebidas y productos para bocadillos. Otro, el New Bar Stadium. «Fue desorbitado, desbordante. El día del concierto no paramos desde las seis de la mañana hasta las cuatro de la madrugada. Fue un negocio redondo. El día que más habíamos tenido había sido en el que jugó la selección española en El Molinón. Con el concierto, hicimos el triple de caja que en ese día», reconoce Manuel Arnaldo, encargado del local.

Tampoco se le dio mal a su negocio vecino, el Brutus. «Estuvo bien, aunque quizás esperaba algo más. Pero estuvo bien, nos recordó a los partidos del Sporting en Primera», asegura su encargada, Patricia Álvarez.

Tras el maratoniano espectáculo del Boss y su «E Street Band», la parada más cercana a El Molinón para continuar la fiesta en grupo se encontraba en la plaza de toros de El Bibio, donde a lo largo de esta semana y hasta el domingo se celebra la anual Fiesta de la Cerveza, en las que toman parte una docena de establecimientos hosteleros de la ciudad. El disc-jockey recibía a los fans de Springsteen, que iban llegando en goteo al coso reconvertido en recinto de Oktoberfest, al ritmo de algunos de los temas más señalados de la estrella de Nueva Jersey. Entre pintas tostadas y rubias, los seguidores y seguidoras del Boss -en su mayoría cuarentones- bailaban mientras hacían cola para adquirir el típico bocadillo de salchichas y una jarra de cerveza. Pero el puesto de comida fue el que más gente acumuló, aunque no hubo la avalancha esperada de fans a la Fiesta de la Cerveza.

Ciertamente, los seguidores, tras tres horas de concierto, salieron de El Molinón con más hambre que sed. Ana Fuentes, de la vinatería Del Blanco al Tinto, en el barrio de El Carmen, da fe de ello. «No llegó mucha gente de noche hasta aquí. Sí llegaron con ganas de comer, pero pocos para tomar vinos o copas», cuenta. Además, su local participó en la iniciativa de convertir el barrio de El Carmen en zona de concentración para seguidores de Bruce Springsteen, tanto el día del concierto como en la víspera. «Personalmente, creí que íbamos a tener más gente. Las 31.000 personas que vinieron no las vi por aquí», señala.

Si no llegaron los espectadores a El Carmen en la noche tras la cita con el rock estadounidense, tampoco lo hicieron a Fomento, zona de copas en la madrugada por excelencia. Allí esperaban los locales abiertos. «Hubo mucha menos gente de la que se pensaba. No mucha en Fomento; menos que un viernes. Pero bueno, para lo que hubo, a nosotros no nos fue tan mal», cuenta Javier Figaredo, socio del pub Bananas, uno de los de moda en la noche gijonesa. No hubo gran noche de copas tras el concierto. La inagotable energía del Boss terminó agotando a sus fans.