Las calles del casco antiguo de Avilés han retrocedido en el tiempo para instalarse en el Medievo. Un mercado con cerca de un centenar de puestos ofrece al público desde objetos de cuero, madera, cera o metal hasta una amplia variedad de alimentos, pasando por cosméticos o hierbas para aliviar diferentes dolencias. Son productos esmeradamente cuidados, novedosos y atractivos en su presentación que, salidos de las manos de artesanos llegados de distintos puntos de la geografía nacional, pretenden captar la atención del consumidor. Además de los tenderetes, las vías peatonales están decoradas con estandartes y bandeloras que trasladan al visitante al siglo XV; no en vano, el conjunto pretende recrear el Mercado Franco de los Lunes, concedido por los Reyes Católicos a la Villa de Avilés en 1479. Por su parte, malabaristas, equilibristas, músicos o un faquir se encargan de la animación, orientada a mostrar cómo fueron los orígenes del gran espectáculo del circo.

Durante un paseo por las calles de La Ferrería, El Sol, La Fruta, los Alas, Los Alfolíes y las plazas de Alfonso VI, Carlos Lobo y Camposagrado, los ciudadanos pueden encontrar, entre otros puestos, el de Borja Rocha, de Zaragoza, quien junto a su novia diseña y fabrica pendientes, pulseras, colgantes y collares de oro vegetal. Este peculiar metal, que no es tal aunque reciba el nombre, procede del tallo del capín dorado, una planta oriunda de Brasil.

Por su parte, los llamativos colores de unos ramilletes de rosa así como el intenso olor que desprenden despiertan la atención de un tenderete cuya propietaria elabora unos diminutos capullos con finas láminas de madera que aromatiza, cómo no, con perfume igualmente de rosa.

Igualmente vistosos por sus tonalidades y formas son los planetas mágicos que se iluminan en la oscuridad y que simbolizan los signos del zodíaco. Se trata de una colección de piezas artesanales que llegan a Avilés desde un taller de Madrid y que según sus propietarios sirven para, además de decorar, relajarse.

Las pipas, almendras, sésamo y cacahuetes garrapiñadas que vende Federico Grau atraían ayer a numerosos golosos hasta el puesto del artesano valenciano que por primera vez visita el mercado medieval de la ciudad. Maribel Espinosa y su nieta Mara Clemente fueron dos de las clientas que no pudieron resistir la tentación de probar estas pequeñas delicias.

Una pareja de amigas, por su parte, preferían los jabones de Antonio Rodríguez, de Sanabria, que, según el ingrediente utilizado en su elaboración, son relajantes, previenen estrías, eliminan el acné o hidratan la piel. Los talismanes y amuletos están muy presentes en este mercado. Si bien el llamador del ángeles, esfera con diminutos trozos de plata en su interior que al chocar crean un delicado sonido, proliferan en varios puestos. No obstante, hay otras muchas piezas a la venta para proteger a quien las porta; así, Rubén Peláez, de Madrid, monta colgantes, pendientes y pulseras con figuras que favorecen la buena suerte. La triqueta, el pentagrama o el trisquel celtas son algunas de las más demandadas.

Otro puesto de los muchos que seducen a los visitantes es el de Sonia García, quien con madera de sono (árbol de Indonesia) y rodio diseña palos para sujetar moños del pelo y que decora con nácar, concha y metales.

Y en medio de un sinfin de elementos de decoración, cosmética o complementos existe un amplio espacio para la gastronomía. Tartas, bizcochos, embutidos, quesos o golosinas inundan el mercado. Entre estas últimas, el palo de regaliz ha ganado en popularidad ya que la moda de los gin tonics ha contribuido a aumentar sus ventas, según apunta Pedro Carrasco, de Vitoria.