Atrapados durante dos horas en un convoy parado en medio de la nada, sin cobertura y desorientados tras una intensa noche de jarana. Así acabó la romería del Carmín para 277 personas que, de regreso a su casa, sufrieron la avería del tren de Feve en el que viajaban. Un ferrocarril que cubría la ruta de Pola de Siero a Gijón, y que se paró tras sufrir un apagón cerca del apeadero de Puente Buracos (Siero).

El convoy, uno de los servicios especiales para El Carmín que ofertaba la compañía ferroviaria, salió de la Pola a las 4.50 de la madrugada pero sufrió una avería antes de llegar a Puente Buracos. El tren se detuvo y los romeros tuvieron que esperar durante dos horas hasta que llegó otro convoy y los trasladó a Gijón, a donde llegaron a las 7.30 de la mañana de ayer.

Fuentes de la compañía ferroviaria confirman la avería en las dos unidades que formaban el convoy y el retraso, pero precisan que no se produjo ningún incidente. La versión de los afectados, no obstante, es muy distinta.

Según el relato de varios pasajeros, el primer aviso de que algo no iba bien en el convoy fue un apagón de las luces en el interior de un vagón. Acto seguido, cuando el convoy se aproximaba a Noreña, un penetrante olor a quemado procedente del tren comenzó a inquietar a los ocupantes. Poco después, en las cercanías de Puente Buracos, los viajeros observaron un humo espeso que surgía de las ruedas. Eran las 5.15 de la madrugada, y el tren se detuvo por completo. En el interior de los vagones, los nervios vencieron a varios pasajeros.

La situación comenzaba a recordar a la vivida en las fiestas del Xiringüelu de Pravia el verano pasado, cuando otro convoy, con 500 pasajeros, sufrió una avería y los viajeros quedaron atrapados en el interior de los vagones, agobiados por el calor y con muchos de ellos presa de la ansiedad. En Puente Buracos, al menos, pudieron salir al exterior. "Alguien accionó la palanca de emergencia para que se abrieran las puertas cuando cundió el pánico. Había tanto humo dentro del vagón que no se podía ver ni a dos palmos, aquello se convirtió en un sálvese quien pueda", cuenta Víctor Ferrara, que viajaba en ese tren.

La situación mejoró, pero no mucho. Con el convoy parado en mitad de la nada, rodeado por una oscuridad casi absoluta y sin cobertura en los móviles, los 277 pasajeros sufrían además bastante agobio, ya que apenas había espacio en las vías para tanta gente. Poco a poco, la tranquilidad volvió al pasaje. Pero era una calma tensa, ya que el temor a un accidente había mudado en una lógica preocupación por la situación en la que se encontraban, agravado además por la ausencia de explicaciones por parte de la tripulación.

"Estuvimos esperando dos horas sin que nadie nos dijese nada. El conductor no quiso dar explicaciones. Suponemos que algo pasó en los frenos porque vino a rociar las ruedas con un extintor", sostiene Víctor Ferrera.

Mientras la mitad de los pasajeros esperaban el rescate frente al vagón humeante, muchos otros emprendieron el camino a pie por las vías en busca del pueblo más cercano, lo que para algunos terminó convirtiéndose en una extenuante caminata de casi dos horas. "En el camino nos cruzamos con un coche de la Guardia Civil, les explicamos lo que había pasado y les enviamos en dirección al tren para que fueran a ayudar", afirma Lia Fernández.

Paula Morandeira, otra de las pasajeras que tuvo que hacer el camino a pie, se plantea poner una reclamación a Feve, "más que nada porque nadie nos dijo en el momento qué estaba pasando ni tampoco vino asistencia médica de ninguna clase".

Una ayuda que, sin duda, habría venido bien a los más perjudicados por el suceso. "Saltando del tren me enganché con una puerta y me hice un corte en la mano", asegura Lia Fernández. Por su parte, Carlos Álvarez estuvo buena parte de la mañana fatigado por respirar tanto humo y polvo del extintor. "Al tren no vino nadie para saber si alguien se encontraba mal. Aquello fue un sindios", concluye, indignado, Víctor Ferrara.